Suena una guitarra. Una sala negra, cegada por la oscuridad de las letras que Momsen y Philips componen. De pronto, varios haces de luces se dejan ver en los platillos y en los mástiles. Euforia, catarsis, éxtasis. Una delgada figura desfila en línea recta sobre el escenario. Estoy temblando. Siento un hormigueo por el cuerpo. Se ha cortado el pelo, está radiante. The Pretty Reckless se estrena, ese día lanzan el segundo videoclip del nuevo cedé Who you selling for (Razor & Tie, 2016). Están en plena gira, casi una ciudad por día. Hoy toca Barcelona. Y entonces la veo. Joder qué rubia. Levanta el brazo, la mano cornuta. Y todos la siguen, a ciegas en la sala. Y se inclina, una reverencia ante sus fieles, los más de mil que la abrigan este jueves 9 de febrero. Se escucha un orgasmo. Femenino, puro, intenso. No soy yo, lo juro. Momsen se va a desvirgar en la sala. Lo va a hacer. ¡Ay!, llega, vamos. Suena Follow me down. Ella arriba, erecta, iluminada. Yo abajo, dejándome llevar, permitiendo que me haga lo que quiera. Yo me dejo mientras grito con ella que “since I met you I’ve been crazy”. Vaya gustazo.
Es la primera vez que quedamos, que nos vemos. No puedo describir cómo me siento. Han pasado siete años desde que nos conocimos por Internet. Pensé que iríamos lento, con un You en acústico, que me lo susurraría al oído y me erizaría la piel. Pero es de las que va rápido, directa, al tema. Y en vez de una cita romántica me echó un polvazo. Uno de esos que no olvidas, aunque el día después te despiertes sola en cama. Porque Momsen es de esas. No le llega con saltarse los preliminares e ir directa al río. Dice que me espera de rodillas, me lo grita y se postra sobre el escenario. Cae rendida, intenta seducirme. Y lo consigue, vaya si lo hace.
Follow me down to the river
Drink while the water is clean
Follow me down to the river tonight
I’ll be down here on my knees
Las luces se apagan. Grito “Taylor come back”. Se lo ruego. Y de repente se ilumina. Ella es la diosa en Apolo. La veo agarrando el micro. Joder, qué sensual. Una imagen erótica, jodidamente sexy. Y vuelve a abrir la boca para hacérmelo una vez más. Me mete la lengua hasta el fondo y grito con ella “make me wanna die”. San Valentín está al caer, pero ella es de las que se adelantan. Me lo regala. Dice que tiene algo para mí, su primera canción. La nuestra. Y me rindo a sus pies. Gracias Momsen, alabada seas en el templo condal de la música.
El cúlmen llega con Oh my God. Dice que desea muchas cosas. Yo la deseo a ella. Yo y los mil ojos que se mueren por otro grito suyo, por otro gemido de su rock. Hace un recorrido por sus tres álbumes, un vaivén de épocas y sonidos. Con Just tonight quiero llorar. Una dieciochoañera me mira. Le devuelvo la mirada y nos sonreímos mutuamente. Pienso que me comprende y se simpatiza. A su edad yo conocí a Momsen y al resto de imprudentes. Ella sintió el flechazo hace dos años, en la época de Heaven knows, que suena de fondo ahora.
Lleva casi dos horas ahí encima, dale que te pego, no se cansa. Joder con la rubia. Todo lo que emana de ella es puro erotismo. Es activa. Desde luego que la cita ha ido bien, le diré de repetir, aunque espero que no pasen otros dos años para un nuevo repertorio. Por favor Momsen, escúpelo antes. Se acerca al micro, lo agarra, cómo lo coge, ¡madre mía! “Gracias Barcelona”, y sonríe. Las luces se vuelven a apagar y, de nuevo, la penumbra.
No quiero irme, es que me niego. Así que grito yo esta vez: “Taylor, ¡uno más!”. Solo quiero que me lo haga de nuevo, por última vez, hasta a saber cuándo. El tiempo se hace intenso, duro, lento. Pierdo la esperanza, joder, no le he gustado. Me doy la vuelta, triste, buscando compasión. Y entonces el centro del escenario se ilumina y sobre él otra vez su cabellera, en contraste con las melenas negras de Ben (guitarra y voz) y Jamie (batería) Mark (bajo) tiene el pelo corto, destaca por su perilla. Pero al grano, que regresa. Y me confiesa algo: “Voy a cantar Messed up world, aunque yo prefiero llamarla Fucked up world”. Y nos jode a todos allí, en la Apolo. Otra vez, no se cansa la tía. Y entonces se esfuma. Ni adiós ni rabo de gaitas. “No me jodas Taylor”, pienso. Y entonces un mar de luces de colores iluminan al batería, es su momento. Jamie Perkins mezcla scratches con canciones ajenas, entre ellas alguna de The Chemical Brothers. Como cinco minutos ahí arriba, en su pedestal. Lo está viviendo. Y cuando ya no me espero un segundo subidón, la rubia vuelve a salir para terminar la faena y recordarme que este mundo está bien jodido.
El de iluminación enciende todo de golpe. Veo al fondo un chico, de unos diecinueve años, con el pelo verde y la bandera del orgullo gay a modo de manta. Tiene la mirada perdida. Supongo que él también está jodido, ella nos lo ha hecho a los dos esta noche. Paso a su lado, una joven fotógrafa lo retrata mientras. Me dirijo a la zona de merchandising, quiero llevarme el azucarillo del café que nos hemos tomado. Un recuerdo, lo que sea.
Me pongo el abrigo y bajo las escaleras. En mi cabeza sigue sonando el rock de The Pretty Reckless y la imagen de ella, la rubia, no puedo quitármela. Bueno, la de ella y la del torso del Sid Glover, el guitarrista de The Cruel Knives, los teloneros que los acompañan en su gira por Europa. Salgo de la Apolo. Tengo hambre. Busco en la avenida del Parallel un local de pizzas al corte mientras asimilo lo sucedido. Gracias Momsen, ha sido el mejor de mi vida.
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