Viendo sus discretas vestimentas, quienes no les conocieran podían pensar que íbamos a presenciar un espectáculo de drones o música abstracta. La primera señal de alarma se produce cuando, a la entrada, se entregan tapones para que nuestros tímpanos puedan resistir el acoso sónico. La segunda señal son las dos baterías enfrentadas, en primer plano, avisando que el ritmo de Tiger Menja Zebra es parte fundamental de su ecuación sonora.
No son unos recién llegados al circuito musical. Dos de sus componentes, Xavi Font y Josep Arnan, fueron integrantes de Camping, uno de los grupos más injustamente infravalorados de la escena post-rock y post-punk catalana y que, con el tiempo, parece que empiezan a disfrutar de un cierto halo de reconocimiento que sin duda merecían.
Si en su anterior encarnación ya dejaron claro que la experimentación y la evolución eran sus señas de identidad, con Tiger Menja Zebra han querido forzar los límites, potenciando una evidente vocación outsider.
Es su ejercicio de agresión algo totalmente premeditado y cerebral. Subvirtiendo géneros y usos musicales, su actuación es asimilable a un set de un discjockey, por la casi perenne base rítmica a altos beats por minuto y con el bombo a negras. A partir de ahí, secuenciadores, samplers, dos bajos marcando algunos cambios tonales y gritos distorsionados. Y sobre este manto sonoro, repetitivo e hipnótico, las dos baterías de los hermanos Gustavo y Pablo García, turnándose y complementándose en duelos polirrítmicos que, en ocasiones, se convertían en las melodías de los temas. A esa preeminencia rítmica también colaboraban puntualmente Xavi y Josep, marcando los pasajes más energéticos a golpe de crash desvencijados.
Voces distorsionadas, guiños humorísticos como Buena mierda alemana, en referencia al krautrock, quizás uno de los escasos pasajes musicales en los que el sonido no era asfixiante, y una constante amalgama sonora de la que a veces se escapaban algunas líneas de bajos post-punk que evidenciaban el sustrato musical de estos terroristas sónicos.
La actuación no llegó a la hora de duración pero fue más que suficiente para descargar toda la adrenalina que la situación que vivimos provoca. Da la impresión que, ante el hundimiento de la industria musical a causa de la pandemia (y de sus deficiencias y vicios estructurales, tampoco lo olvidemos), sólo las pequeñas células inteligentes y acostumbradas a moverse en los márgenes, como es el caso de los Tiger, pueden aspirar a resistir y no sucumbir ante la demolición. Y, mientras lo hacen, ser también la perfecta banda sonora para la debacle. Es, sin duda, uno de sus grandes méritos.
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