Young Gun Silver Fox (Andy Platts –Young Gun– y Shawn Lee –Silver Fox–) están establecidos en Londres, pero su espíritu musical nació en California.
Lee (natural de Wichita, Kansas) vivió esa época en la que triunfaban las armonías sofisticadas de gente como Steely Dan, Hall & Oates, The Dobbie Brothers, Michael McDonald, Ambrosia y tantos otros. Ese mal llamado AOR (seguimos odiando las etiquetas) le marcó de por vida y fue el punto máximo de conexión con Platts, quien contactó con el multiinstrumentista para que le produjera un disco de su banda, los grandiosos Mamas Gun.
Su proyecto empezó a caminar, con fuerza, en 2012 y, desde entonces, han grabado cuatro álbumes referenciales, han llenado salas en los Países Bajos, Alemania o Francia y en marzo realizaron una gira por Estados Unidos logrando un fuerte impacto. Más de diez años encandilando a medio mundo y todavía no habían pisado nuestras tierras. Caprichos de Apolo, siempre atentos a propuestas genuinas y poco comunes, ya me dirán ustedes lo raro que resulta algo que recuerde a Bobby Caldwell, han logrado el pequeño milagro.
No vivimos una época en que se valore lo melódico, bello o refinado y esa es precisamente la apuesta de estos señores que no venden su integridad por un plato de alubias. Honradez que desprende cada pieza que habita en Ticket to Shangri-la (Monty Music, 2022), otra hermosísima creación de la que seguro sonaría alguna perla en la actuación de La [2] de Apolo.
Dualidad perfecta
En un alarde de perspicacia, el inigualable contrabajista Charles Mingus afirmó: “el objetivo es hacer lo complicado asombrosamente simple”. Aplicando esa teoría a la perfección, Young Gun Silver Fox han construido un discurso musical donde la teórica sencillez de las hermosas melodías esconde un trabajo de enjundia. Su directo es pulcro, idónea mezcla de la finura conseguida en el estudio de grabación y la garra que necesita un escenario. El secreto de parecer que no hacen nada especial, pero todo responde a las mil maravillas, es simplemente la compenetración de dos músicos que adoran su oficio y los sonidos que les han inspirado toda la vida. A ello debemos añadirle la espectacular base rítmica compuesta por Adrian Meehan (batería) y Paul Housden (bajo) quien sustituyó al habitual Dave Page, baja por paternidad. Ellos fueron los responsables del poderoso pulso funk que enfatizó temas, de última hornada, como West side jet, Rolling back, la colosal Simple imagination (remembranzas a Earth Wind & Fire) o Tipe of the flame, un efectivo cruce entre Michael Jackson y K C & The Sunshine Band.
Personalidad y olas
Queda claro que Lee y Platts no inventan nada nuevo. El primer ejemplo apareció en la introductoria Still got it goin’ on (Steely Dan renacidos). Este rasgo, que en otros artistas atufa a burda fotocopia, con ellos deviene en homenaje cargado de mucha personalidad. No se me ocurre nadie del panorama actual que sea capaz de resucitar esas cadencias, fulminadas por ignorancia, con tanta clase e inspiración. Lo suyo es rendir pleitesía a sus referentes (incluso sonó Ride like the wind de Christopher Cross mientras se aposentaban en escena) y sin necesidad de recurrir a covers, todo lo que tocaron fueron composiciones suyas.
En un mundo normal, no en este dónde sobresalen pseudo cantantes de medio pelo, Andy Platts sería el rey Midas: todo lo que toca (y canta) se convierte en oro; en su caso no es ninguna maldición. Escucharle utilizando todos sus recursos vocales en Kids, el falsete (a lo Curtis Mayfield) en You can feel it o susurrando Long way back (un Hall & Oates en toda regla, como diría mi amiga Tella) es un placer único. Por si fuera poco, es bueno hasta tocando el teclado. Mostró sus habilidades en la versión agitada de Lolita con un final que rozó la psicodelia. Lo dicho, un superdotado.
Shawn Lee no tiene tanto protagonismo, pero los delicados punteos que salen de su guitarra (tanto eléctrica como acústica) son los justos y necesarios. Ejerce también de corista, emanando una sabiduría y seguridad como pocas veces he visto. El reputado productor de cabellera plateada es un auténtico líder que huye de cualquier divismo, pero que ejerce como tal. Su camisa californiana vale un imperio. No me la quiso vender.
En un repertorio, basado en los cuatro LP’s editados, destacó el protagonismo de AM Waves (Lègére Recordings, 2018) del cual interpretaron siete canciones, a cuál mejor: Midnight in Richmond, Mojo rising (armonías tipo America o Eagles), Love Guarantee, Underdog, la majestuosa Lenny, Lolita (bestial funk de cierre oficial) y Kingston boggie, alhaja que cerró el sobresaliente show. Las hemos citado todas porqué ellos les deben tener especial cariño y para el que firma estas líneas es su mejor grabación.
Como era de esperar, Young Gun Silver Fox no llenaron la sala pequeña del Apolo, ya hemos comentado que traerlos había sido casi un acto de brujería. Los que estuvimos nos sentimos privilegiados de asistir a una actuación de las que no abundan, de aquellas que erizan la piel desde el principio hasta el fin.
Deberíamos agradecer al generoso dúo la recuperación de esa música que huele a mar, palmeras y que, o mucho cambia la cosa, no volverá. Siempre nos quedarán los discos, aunque, evidentemente, nunca será lo mismo. Es vital que esta pareja siga en activo, no hay alternativa.
Cuando el sonido falla lo decimos, si este brilla también debemos comentarlo. El técnico elegido fue uno de los grandes triunfadores de esta noche mágica. Él, la organización de Caprichos de Apolo y la promotora Wok Music (su trabajo para reverdecer los laureles de la negritud musical es impagable). A todos ellos les hacemos la ola, una de aquellas que viven en West Coast.
Yes with simple imagination you can break the rules just think of anything your heart desires. Close your eyes and and like magic it will come to you. Mhmm, that’s right”
(Simple Imagination, Young Gun Silver Fox)







Autores de este artículo

Barracuda

Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.