Kendrick Lamar es uno de los artistas más reputados e influyentes de su generación. El natural de Compton, nacido y criado en una de las zonas más conflictivas de Estados Unidos, ha coleccionado reconocimientos a lo largo de su carrera, entre los que destacan 13 premios Grammy en 37 nominaciones, dos American Music Awards, cinco Billboard Music Awards, un Brit Award, una nominación al Óscar y un premio Pulitzer por el “virtuosismo” de su álbum Damn (Top Dawg Entertainment, 2017). Ahora, el artista natural de Compton publica Mr. Morale & the Big Steppers, su séptimo álbum de estudio (octavo si contamos la banda sonora de la película Black Panther, atribuido junto a SZA), que el mismo compositor ha anunciado que servirá para cerrar su carrera.
Sin embargo, más allá de los premios y méritos musicales, lo que convierte a Kendrick Lamar en un artista especial es el hecho de haber puesto la discriminación que sufre la sociedad afroamericana en Estados Unidos en el centro de la cultura mainstream. Y además, el haberlo hecho desde una perspectiva combativa, punzante y transformadora, huyendo de los tópicos habituales y romantizadores de la ‘gángster life’.
De esta manera, Lamar ha conseguido poner el foco mediático sobre una realidad a menudo distorsionada e incluso oculta, llegando así a muchas generaciones de jóvenes que por su propia situación socioeconómica y racial nunca hubieran entrado en contacto con estos temas, entre los que pueden incluirse desde una muchacha blanca de Massachusetts, hasta yo mismo.
“Es el Bob Dylan de nuestra era”, afirmaba el reputado productor y compositor Pharrell Williams en una entrevista a la revista Complex. Seguramente no le falte razón, pues de la misma manera que el genio de Duluth fue la voz de una juventud estadounidense muy marcada por la Guerra del Vietnam y la lucha por los derechos sociales, el rapero californiano ha dedicado gran parte de su carrera musical a ejercer de cronista de la manera de vivir de la sociedad afroamericana, retratando de manera descarnada los problemas estructurales que sufre fruto de la pobreza y la discriminación institucionalizada que este grupo de población sufre.
Lamar ha ido arrinconando los tópicos clásicos relacionados con la masculinidad tóxica, abriéndose al mundo como una persona vulnerable y emocional
En este sentido, asuntos como la violencia policial, la dificultad en el acceso a la educación, la guerra contra las drogas, los estigmas o la diferencia de oportunidades aparecen perfectamente retratados en la totalidad de sus trabajos good kid, m.A.A.d city (Aftermath, 2013), To Pimp a Butterfly (Aftermath, 2015) y DAMN, tres álbums incluidos en la lista elaborada por la revista Rolling Stone de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos, se enmarcan en esta idea. Tres discos para escuchar, disfrutar y a la vez aprender y reflexionar.
A medida que ha ido avanzando su carrera, Lamar ha ido arrinconando los tópicos clásicos relacionados con la masculinidad tóxica, abriéndose al mundo como una persona vulnerable y emocional, al contrario de lo que promulga la ‘hood life’, que no permite a nadie mostrar signos de debilidad. Además, el compositor ha hablado sin tapujos de problemas de salud mental, de violencia y de relación con las drogas.
“If Pirus and Crips all got along / They’d probably gun me down by the end of this song / Seem like the whole city go against me / Every time I’m in the street I hear / Yawk! Yawk! Yawk!” (Si los Pirus y los Crips se llevaran bien / Probablemente me matarían al acabar esta canción / Parece que toda la ciudad va contra mí / Cada vez que estoy en la calle escucho / sonido de disparos) explica Lamar en ‘m.A.A.d city’. “And when I wake up / I recognize you’re lookin’ at me for the pay cut / But homicide be looking at you from the face down” (“Y cuando me despierto / reconozco que me miras por la reducción de salario / pero un homicidio puede estar mirándote cara abajo”) relata en Alright, reconocido himno que surgió junto al movimiento Black Lives Matter.
Y es que el músico californiano ha conseguido crear un imaginario simbólico y también estilístico que las nuevas generaciones han adoptado como propio.
Toda la música de Kendrick Lamar incorpora un sello inconfundible de autenticidad. Lamar creció en una vivienda social de la Sección 8 de Compton, localidad californiana conocida por su extrema conflictividad. Dado los pocos recursos con los que contaban, su familia sobrevivía gracias a la asistencia social y los cupones de alimentos. Además, la implicación de su padre en las pandillas de la zona, lo expusieron desde bien temprano a la violencia y al crimen.
Ahora, pese a la fama y el dinero, el artista no ha dejado de comportarse como un tipo razonablemente normal. Se le ha visto en múltiples ocasiones acudir como uno más a eventos sociales y de beneficiencia en los barrios más complicados del área de Los Ángeles, se conoce que apenas usa el teléfono móvil, viste de lo más casual e incluso hace unas semanas se convirtió una imagen viral del rapero en las gradas del Dodger Stadium disfrutando tranquilamente del baseball como uno más rodeado de otros aficionados.
Kendrick Lamar is just chilling in the crowd with Dodgers fans tonight pic.twitter.com/kCN6GpHNFs
— Jomboy Media (@JomboyMedia) April 20, 2022
“Was on the front line listenin’ to Kendrick Lamar”, afirma Little Simz en Two Worlds Apart, canción incluida en su genial álbum Sometime I might be introvert (Age 101 Music, 2021). Y es que el músico californiano ha conseguido crear un imaginario simbólico y también estilístico que las nuevas generaciones han adoptado como propio. De la misma manera que figuras como 2pac Shakur, The Notorious B.I.G., Jay-Z o Eminem inspiraron a Lamar, la influencia del compositor de Compton sobre muchos de los representantes de la nueva hornada de hip-hop mundial, como la propia Simz, Tyler The Creator, Baby Keem o Earl Sweatshirt.
En definitiva, más allá de las filias y fobias musicales más que legítimas de cada individuo, la obra de Kendrick Lamar tiene mucho que decirnos y que enseñarnos. Por este motivo, si Kendrick habla, yo escucho.
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