Haciendo la larga cola para acceder al recinto, ya quedaba claro que íbamos a vivir una ocasión especial. La desangelada explanada del Fòrum se convirtió en un horizonte de sombreros vaqueros, mostrando la identificación entre artistas y público. Esa conexión se demostró desde el primer momento en el que los músicos aparecieron en el escenario y todo el público abandonó las butacas para bailar, aplaudir y filmar de pie, convirtiendo el frío recinto en una fiesta.
El maestro de ceremonias fue, sin duda, el líder de la formación, cantante y acordeonista Jorge Hernández que, junto a sus hermanos Hernán, Eduardo y Luis, y a Óscar Lara, comanda un grupo que ha sufrido pocos cambios de formación desde su creación en 1968, cuando Jorge Hernández contaba sólo 14 años.
Ahora, y a pesar de estar cercanos a la setentena, la formación ofreció un concierto-río, de más de tres horas, en el que quisieron ampliar su abanico de todas las maneras posibles para complacer a su audiencia. Hubo, por supuesto, los narcocorridos que han marcado historia, como La Reina del Sur y Jefe de Jefes, pero también ofrecieron una amalgama de estilos de la música latina que, por momentos, podían resultar excesivamente almibarados.
Dispuestos a ofrecer el espectáculo total, contaron con el grupo mariachi Sol de América, que ejerció de bisagra entre la primera y segunda parte del concierto, y un conjunto de baile folclórico, Leyendas de México, para ofrecer más estímulos visuales a la audiencia.
Mientras, Jorge Hernández se paseaba por el amplio escenario del Auditori, repitiendo el saludo de la pierna encabritada y el sombrero al cielo, en una escenificación de sus orígenes que provocaba el aplauso de los asistentes.
Fue un absoluto delirio, una defensa absoluta del exceso. Una celebración de quien se identifica con sus orígenes humildes, lucha por huir de la pobreza, tiene sus más y sus menos con la Migra (los servicios de control de la inmigración), porque ha marchado de su país para intentar abrirse camino como sea.
Daba igual que, por momentos, el ritmo de la batería perdiera fuerza o que las voces no estuvieran bien entonadas, porque no nos encontrábamos ante un evento estrictamente musical, estábamos ante la conversión en héroes de los humildes, una ocasión para celebrar la cultura latinoamericana, con recodos áridos y otros melifluos; para cantar a voz en grito esas canciones que hablan de ti, o de tus vecinos, de tu pasado en la frontera, que, duro como era, echas de menos, porque la patria de las personas es su infancia y adolescencia.
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