Es necesario tener la mente muy clara para que el resultado musical derivado por las influencias de artistas, en principio, tan dispares como Erik Satie, Claude Debussy, Léo Ferré, Scott Walker o Isao Tomita no descarrile. En el diáfano cerebro de Benjamin Clementine, esas ideas parecían fluir, hasta hace bien poco, con naturalidad, encajando cual puzzle perfecto. Una fusión nada confusa. En su afán de rizar el rizo y aumentar la mescolanza de sonidos, el londinense ha añadido a su flamante y discutida obra I tell I fly (Digital Distribution Trinidad and Tobago, 2017) teclados barrocos, exuberantes coros e incluso algún tic de tono pop. Su repercusión no ha sido tan halagüeña como esperaba. Pese a su factura irreprochable, la llaneza se ha convertido en pomposidad, el ingenio se ha inflado con una pizca de soberbia.
El GuitarBcn18, decidió ubicar el concierto, correspondiente a la gira de presentación del reciente trabajo, en la sala Razzmatazz. Se me ocurren diversos locales donde el excéntrico personaje hubiera podido desarrollar mejor sus habilidades, pero, sea por aforo (lleno absoluto) o para ubicar la aparatosa decoración escénica, la incómoda y mal sonorizada nave del Poble Nou barcelonés fue la elegida.
Con las luces del escenario apagadas, intuimos una serie de figuras de tono blanquecino que resultarán ser maniquíes una vez los focos lo iluminen. Clementine aparece acompañado de tres músicos y se sienta delante del elegante piano. A su lado un maniquí parece ayudarle cuando ataca las primeras notas de Farewell sonata. Figuras de mujeres embarazadas y hombres desnudos junto algún niño, (con quien jugueteará) abarrotan el espacio. Horror al vacío.
El psicoanalista británico Donald Winicott, escribe habitualmente historias sombrías sobre niños que sufren acoso, en ellas se inspiró Clementine para escribir Phantom of aleppoville, el primer single de su segundo disco. Relevante tema al que unos arreglos de acento hard, oscurecerán el mensaje. Sus ganas de epatar, le conducirán en diversos momentos a abusar del histrionismo con resultados negativos. Es difícil entender como una propuesta tan singular haya calado tanto en un público teóricamente más convencional. Su valía como cantante es innegable, al igual que su originalidad, pero los oscuros nubarrones del esnobismo propagado por el lado excéntrico de las cosas, y el constante recuerdo a la etapa de clochard parisino, disparan el morbo y la curiosidad motivando el entusiasmo por su figura.
Lo más preocupante de las nacientes sonoridades, es la ampulosidad que desfigura temas tan puros como Condolence, London o Nemesis, estrellas rutilantes de At least for now (Virgin, 2015). Vocalmente las trata con suficiencia y la misma elegancia, sin embargo, aquel resplandeciente impacto se embrutece con la estridencia. La belleza casi siempre es sinónimo de simplicidad.
En la anodina Ports of Europe, percibimos tímidas evocaciones a los musicales de Broadway, apoyadas por la extrema teatralidad de Ave dreamer, tiempo aprovechado para desmontar los maniquíes, abrir espacios y crear un movimiento escénico de calidad notable. Winston Churchill’s boy, dio paso a Quintessence, una de las composiciones más brillantes de I tell I fly. Benjamin Clementine se siente viajero del mundo y en las nuevas canciones, rinde homenaje a intrépidos aventureros. “Picasso y Dalí fueron a París, Colón descubrió América” (ligeros abucheos), explica admirado. Del conocimiento de culturas distintas, surgirá la inspiración. Con la mochila preparada encaró el tramo final donde aparecieron el hit Jupiter, Won’t complain, y Adios, un final anunciado.
Como le pasó en su día a Stromae, quizá se le esté exigiendo demasiado a nuestro carismático personaje. Aquella chocante y deslumbrante primera aparición le endiosó con excesiva rapidez. Los segundos pasos acostumbran a ser complicados, en esa disyuntiva parece ubicado. La extravagancia se ha agravado, densos humos parecen confundirle. Tampoco creemos que haya dado un paso atrás, capacidades le sobran, seguirá volando. Sin embargo, compararle con Nina Simone es un grave pecado. No lo hagan, se lo ruego encarecidamente.




Autores de este artículo

Barracuda

Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.