A simple vista nos recuerdan a la Extraña Pareja. Chano Domínguez nació en Cádiz en 1960 y Stefano Bollani doce años más tarde en la capital de la Lombardía italiana, Milano. Chano viste sobrio, de elegante negro, el milanés mucho más informal lleva tejanos. Su aspecto es algo desaliñado, espesa barba gris combinada con coleta de estilo progre. El gaditano, más serio, va mejor peinado luciendo una pequeña mosca en la barbilla. El estilo del español, pausado y ortodoxo contrasta con el del iconoclasta italiano, punzante e insubordinado. ¿Pueden convivir estas dos personalidades en el mismo escenario sin que se disparen las alarmas? Rotundamente sí. No hay nada mejor que enfrentar a dos músicos en apariencia contrapuestos, unidos por la buena música, un talento fuera de serie y un respeto mutuo traducido en amistad. Los dos maestros, acoplaron sus dos pianos para ofrecer una noche memorable en la Sala Barts, lujoso regalo para el 49 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona.
Domínguez estrena disco: Over the rainbow (2017), un trabajo a piano sólo del que interpretó Gracias a la vida, aquella canción del folclore chileno compuesta por Violeta Parra hace cinco décadas y adorada por el pianista andaluz. Recreación magnífica, repleta de finas improvisaciones jazzísticas confundidas con la famosa melodía. Bollani se presentó sin novedades: Napoli trip, alucinógeno viaje por el género de las Napolitanas, (que recomiendo vivamente), fechado en 2016, no fue protagonista de su intervención en solitario, por otro lado nada excéntrica ni dislocada, sino compleja, bellísima. Fueron las dos únicas ocasiones de lucimiento personal, el resto fue un diálogo a cuatro manos ejemplar. Posiblemente se les notó algo encorsetados, a ratos demasiado académicos, fuera por eludir el protagonismo, corrección, humildad o simplemente una ligera falta de acoplamiento. Nimiedades. El tratamiento ofrecido a piezas del calibre de Dolphin dance (Herbie Hancock), Luiza (Antonio Carlos Jobim) y a las suyas propias: la soberbia creación de Chano, Mr C.I., e incluso la primicia mundial (según contaron ellos mismos) de Ho perduto un pappagallo, clara muestra del sentido del humor del italiano, fue de una destreza portentosa.
Bollani está siempre inquieto en su silla, se retuerce, clava los dedos en las teclas para emitir sonidos agudos y potentes, parece querer ser la estrella principal, pero no es así, su carácter brota sin llamarlo. Rinde tributo al nombre original de su instrumento, el pianoforte, utilizando la suavidad y el vigor con idéntica afinación, sin sobresaltos. Domínguez aporta distinción, madurez, academicismo, sobriedad, una armonía más grave; aires del sur, el contrapunto ideal para evitar algún posible desajuste, la pausa precisa. Reclamamos urgentemente una grabación conjunta.
Se despidieron con evocaciones andaluzas y una versión pasmosa del clásico de Duke Ellington, Limbo jazz.
Utilizando términos pugilísticos, el veredicto del ficticio combate fue de nulo, la indiscutible vencedora fue la música. Esta vez sí había suficientes motivos para levantarse y ovacionarlos. Dos catedráticos.
Autores de este artículo
Barracuda
Dani Alvarez
Bolerista y fotógrafo. Como fotógrafo, especializado en fotografía de espectáculos. Dentro de la fotografía de espectáculos, especializado en jazz. Dentro del jazz, especializado en músicos que piensan. Trabajo poco, la verdad.