No existe un proceso más inevitable y a la vez aterrador para el ser humano occidental que hacerse mayor. Se trata de un proceso que exige cambiar, adaptarse, mirar a la vida con una perspectiva diferente. Pese a ser un proceso ineludible, existen personas que intentan evitarlo a toda costa, mientras otros prueban de esconderlo a través de caros tratamientos capilares o dermatológicos. En cambio, el pasado viernes, los Black Lips dieron una auténtica lección de que envejecer puede ser un proceso bello, digno y que signifique mejorar. Los estadounidenses presentaron su noveno y último disco de estudio, el notable Sing in a world that’s falling apart (Fire Records, 2020), ante una Sala 2 de Apolo hambrienta de rock and roll.
La noche arrancó cumpliendo las expectativas: “We are Black Lips from Atlanta, Georgia” (somos los Black Lips, de Atlanta en Georgia), berreó Cole Alexander, guitarrista, vocalista principal y líder espiritual de la banda. Hecha esta escueta presentación, los gritos no cesaron con Sea of Blasphemy, ejemplo perfecto del sonido garage y pseudo-punk (o flower punk como lo bautizaron ellos mismos) de la primera etapa de la formación.
Acto seguido, llegaron la celebrada Family Tree y la bailable Modern Art, en la que los de Atlanta trasladaron a los presentes a una frenética visita por el Louvre puestos hasta arriba de ácido. Por momentos, la energía de los Black Lips recordaba a la de aquellos jóvenes incontrolables que revolucionaron la escena del rock debido a sus excéntricos y locos directos, en los que vomitaban, se morreaban entre ellos e incluso meaban en el escenario, como ya fue testigo el festival Primavera Sound hace unos años.
Evolucionar marchando hacia atrás
Pero como decía Bob Dylan, los tiempos han cambiado. Y los Black Lips ya no son aquella pandilla de jóvenes efervescentes. La energía sigue allí, los decibelios les siguen acompañando, sin embargo, todo tiene ahora un punto más controlado, más maduro. Como demostraron con Georgia, una oda al estado natal de los músicos estadounidenses en forma de country psicodélico cantada por Joe Bradley y con final sinuoso, protagonizado por el saxofón de Zumi Rosow, la polifacética artista que acompaña a los labios negros desde 2013 y que el viernes brillaba con luz propia gracias a un sorprendente vestido de lentejuelas doradas.
La siguió la festiva Angola Rodeo, que provocó varios pogos en las primeras filas, otro clásico de los conciertos de rock. A continuación fue el turno de Holding me, holding you, nueva muestra de la evolución del sonido de la banda de Atlanta, que en su último trabajo Sing in a world that’s falling apart ha aparcado las influencias más punk para virar hacia el rock sureño, el blues más puro y el country, explorando sonidos más clásicos dentro del rock estadounidense, pero sin caer en tópicos, manteniendo el desparpajo y el espíritu caradura que ha caracterizado siempre a la formación.
Los irreverentes coros de Dirty Hands, la exaltación de Slime & Oxygen y la adictiva Odelia volvieron a encender a la Sala 2 de Apolo, con un Cole Alexander cada vez más enajenado gritando y retorciéndose con cada acorde que brotaba de su guitarra; mientras que la reflexiva Get in on time y la sarcástica Hooker Jon volvieron a trasladar al público al Gran Salón de cualquier western. En la parte final, el frenetismo volvió con O’Katrina, canción dedicada al huracán que destruyó buena parte de la ciudad de New Orleans y el estado de Lousiana allá por 2005, y que terminó con Alexander siendo manteado por el público de La 2 de Apolo.
La melancólica Chainshaw, con fuertes tintes a Willie Nelson abrió los bises, que culminaron con la autoparódica Gentleman y una versión psicodélica de Stranger, que contó con la colaboración del público coreando el estribillo hasta la saciedad. La noche se cerró como empezó: Con un berrido. En este caso con un “de puta madre”, buena muestra de qué el espíritu original de los Black Lips continúa bien vivo.
Autores de este artículo
Pere Millan Roca
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.