Tras el intento fallido en el Barna’N’Roll Warm Up del año pasado, donde tuvieron que cancelar por los problemas cardíacos sufridos por el vocalista Milo Aukerman, aterrizaba por fin una de las bandas imprescindibles del punk norteamericano: Descendents. Curiosamente, a pesar de atesorar varias décadas de trayectoria a sus espaldas, nunca habían actuado en una sala barcelonesa (sí en festivales), convirtiendo la cita del pasado sábado en la sala Paral·lel 62 en un evento imposible de perderse para cualquier amante de la histórica formación o del género en general. Al no celebrarse este año la habitual cita del Poble Espanyol, se completaba un fabuloso line-up con otras dos actuaciones, en lo que prometía ser una gran fiesta punk-rock organizada por HFMN Crew. Por desgracia, la sonada caída global de Microsoft iba a dejarnos sin degustar un gran entrante como Bad Nerves, que no pudieron volar y se quedaron sin poder ofrecer sus bolos previstos para el fin de semana. Una pena no haber podido disfrutar de su frenético directo, pero otra vez será. La organización solventaba rápidamente la papeleta incorporando a Serpent al cartel y ocupando el espacio previsto para los ingleses los andaluces G.A.S Drummers.
Motivados y solventes, los de Cádiz no tardaron en animar una sala que ya se llenó para ver su set, más de una hora antes del plato principal de la noche. Derrocharon actitud y sonaron perfectos, muy inspirados en algunos de sus mejores temas como Blind o We Got The Light. Despedidos con una merecida ovación, los pudimos ver minutos más tarde disfrutando y cantando todos los temas de los Descendents desde el lateral del escenario.
Antes decíamos que sorprendía la no-comparecencia de los californianos en una sala de nuestra ciudad tras casi cincuenta años desde su debut, pero tampoco se trataría de un dato tan extraño, vista su baja producción discográfica y las diferentes rupturas, parones y reconciliaciones vividas en todo este tiempo. Mas de una década de continuidad convierten al presente en el periodo de mayor estabilidad del grupo; será cosa se la edad. Con la naturalidad de aquellos nerds adolescentes o de tus tíos que te visitan por navidad, los ya sexagenarios saludaban a su parroquia sin ninguna prisa por empezar, y en breve entenderíamos el porqué de tanta parsimonia.
Si algo se le pide a una banda a la que pagas por ver, es que lo de todo en el escenario y haga disfrutar. Sin duda los Descendents siguen cumpliendo ambas máximas y despliegan el cien por cien de su poderío desde el mismo instante en el que deciden empezar con el show. Reconocibles temas como Hope, Silly Girl o Everything Sux ponían patas arriba la sala, que se sumergía en un remolino de empujones y crowdsurf que no iba a cesar en ningún momento. Los trabajadores de seguridad no daban abasto e incluso nuestras compañeras fotógrafas se afanaban en “salvar” a alguno de los múltiples seguidores que caían al foso, para evitar males mayores. Lógico que la banda se tome su tiempo para empezar: una vez arranquen, no van a tener descanso.
Las explosivas píldoras de escasos dos minutos sonaban demoledoras y caían una tras otra sin tregua. Ni rastro de problemas de salud en el bioquímico Milo que, acompañado de su inseparable botella a modo de bandolera (curiosa estampa), gritaba enérgicamente cada uno de los cortes. El hombre a la batería, el también reconocido productor Bill Stevenson, se muestra impasible, ensimismado y ejecutando todos sus movimientos con maestría, moviendo los brazos solo lo justo y necesario. También está encantado con la respuesta de su público y dedica pulgares arriba con asiduidad.
La propuesta de los californianos es pura, con toda la esencia del género y la época que representan. Sin artificios, la escenografía y el juego de luces brillan por su ausencia, pero precisamente hacen que así la música destaque aún más. Parecería el auditorio de un instituto más que una sala profesional, quizás sea la intención. Volviendo al show, para cuando nos dimos cuenta nos habíamos ventilado más de la mitad del repertorio que figuraba en el setlist, repasando toda su discografía, pero haciendo especial hincapié en las referencias más populares: Everything Sucks (1996) y Milo Goes to College (1982). I’m Not A Punk, Rotting Out o ‘Merican hacen enloquecer cada vez más a un público al que solo se le permite una pequeña tregua en When I Get Old. La primera fila sigue resistiendo los envites desde posiciones posteriores y alguno necesita salir a hidratarse tras liarse a empujones por encima de sus posibilidades.
Karl Álvarez (bajo) y Stephen Egerton (guitarra) muestran una magnífica forma y mueven velozmente dedos y muñecas, acompañados de un impecable sonido. En Bikeage, Aukerman baja y ofrece el micro al público, no sin antes alardear de fuelle vocal con I Don’t Wanna Grow Up. Estos señores se lo pasan realmente bien. Igual que nosotros y toda la sala, que vemos como Suburban Home o Good Good Things son alguno de los últimos temas que corearemos: han pasado treinta y tres temas, bises incluidos, en unos fugaces e intensos setenta minutos (ni hora y cuarto). Breve despedida, pulgares arriba de Mr. Stevenson y esto es el punk, amigos. Abrazos y alegría a rebosar entre los presentes; algunos corren a por aire fresco o a hacerse con alguna de las últimas unidades de camisetas estampadas con Milos, icónica caricatura del cantante convertida en mascota de la banda. Nos fijamos en que ya no quedan varias tallas. Que el merch se agote siempre es señal de que un gran concierto acaba de terminar.
Autores de este artículo
Mikel Agirre
Montse Melero
Hacer fotos es la única cosa que me permite estar atenta durante más de diez minutos seguidos. Busco emoción, luces, color, reflejos, sombras, a ti en primera fila... soy como un gato negro, te costará distinguirme y también doy un poco menos de mala suerte.