Con más de cuarenta años de exitosa carrera y dieciséis LP’s firmados, Eleftheria Arvanitaki es una institución en su Grecia natal, tanto es así que fue invitada a la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004. A nivel internacional su impacto es menor, a pesar de haber cosechado algún significativo éxito y colaborado con artistas del nivel de Cesária Évora o Philip Glass. Gran parte del reconocimiento, fuera de su patria, fue gracias al eco que supuso el festival Womad ideado por Peter Gabriel. Queda claro que sin empujones de sabios referentes como Gabriel, David Byrne o Santiago Auserón, por citar a tres especialistas en rescates, los sonidos tradicionales o la mal llamada World Music quedarían aparcados ‘in aeternum’ en el túnel del tiempo.
Arvanitaki, natural de El Pireo (Atenas), llegó al Guitar Bcn para presentar su último trabajo Ta Megala Taxidia (Panik Oxygen, 2019) y repasar algunas de sus mejores creaciones. En el escenario de la Barts, le acompañó un exquisito trío formado por: Thomas Konstantinou (laúd y mandolina), Yannis Kyrimkyridis (piano) y Yannis Plagianakos (contrabajo). Cuando hablamos de sensibilidad y arraigo, menos es más siempre.
Folklore adaptado
Los expertos en música oriental podrían haber especulado, a las primeras de cambio, que la sustitución del santur (instrumento de orígenes mesopotámicos) por el estándar piano de cola, era una clara deslealtad a la tradición, pasados diez minutos de recital, su opinión viró 360 grados.
Eleftheria Arvanitaki tiene claro su sustento musical: la herencia rebética. Sin embargo, quedarse anclada en el irrenunciable pasado, ni le permite avanzar, ni aumentar el colorido de sus obras. Nadie se asustó al escuchar el magnífico ‘tumbao’ regalado por el pianista Yannis Kyrimkyridis, alguna incursión en la canción pop ligera, jazz o el viaje a Cabo Verde con Sodade (cantada en griego). La pureza, en el estricto sentido de la palabra, no existe. Podríamos aseverar que África es la matriarca, pero nos equivocaríamos levemente. La música bebe de diferentes fuentes y va transformándose, convirtiendo las diferentes células sonoras, que la componen, en una única entidad si se forja con un mínimo de cordura; no estamos hablando de añagazas. Arvanitaki ha llevado la sensatez al más alto nivel.
La elegancia de las diosas
Es posible que su poderío vocal haya perdido frescura, nadie la puede mantener intacta toda la vida, pero ha ganado en solidez, registro y sobre todo en sinceridad. Aparentemente su voz no varía de tesitura, es una impresión falsa. Los perfectos ataques a las notas iniciales, el admirable control de la respiración o esos finales manteniendo el tono durante varios segundos, desmontan esa insensata teoría. A las virtudes técnicas debemos añadir su poder interpretativo, basado en saber decir, la naturalidad y la elegancia con las que ejecuta el canto y sus movimientos escénicos. Su enorme bagaje le permite, con ligeros movimientos de brazos, una sonrisa o un sutil golpe de cadera, levantar al auditorio. Una diva se recrea y hastía, las diosas enamoran, te hacen suspirar, creer en ellas.
Eleftheria fue el punto de mira, aunque su voz actuó como un instrumento más. No destacó ni por encima del laúd (inmenso Konstantinou durante toda la velada) ni tampoco oscureció a Plagianakos (experto contrabajista). Las orquestas orientales se caracterizan por la unidad, no por las habilidades de cada individuo. Ese rasgo quedó patente desde el primer instante.
Himnos
El generoso recital, de unas dos horas de duración, no tuvo altibajos. Los temas fueron encadenándose sin sobresaltos, pasando de la intimidad a la alegría habilidosamente. No confundamos perfección, sobriedad y cálculo con aburrimiento y estatismo.
Al brillante inicio, que incluyó Stin arxi tou tragoudiou y la emotiva Stis Akres ap’ta matia sou, le siguieron, entre otras, Metrisa, la exuberante Ti leipei, Oud impovisation más un instrumental de órdago, el dúo con Thomas Konstantinou, (quien también cantó), Kailgo mai kai sigoliono o Mi fovasai/To kokkino foustani. Para la traca final quedaron la inevitable Dynata, Meno Ektos, Tis kalinychtas filia y Ta lianochortarondia, cuarteto que provocó el delirio (bandera en ristre) de la hinchada griega presente y de todo el respetable, asimismo entusiasmado.
El trabajado espectáculo se benefició de la sobria puesta en escena, su delicada iluminación y una sonorización de lujo, responsabilidad del equipo formado por la exigente intérprete; trabajar con los de casa otorga un plus de incalculable valor.
Eleftheria Arvanitaki que trabajó como contable y quería dedicarse a la arqueología, se dedicó finalmente al estudio y práctica de las antiguas armonías griegas. El mundo ha salido ganando.
Majestuosidad desde el Olimpo.
Autores de este artículo
Barracuda
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.