La interpretación de Dorian Wood fue de las que impactan. Más que dejarse la piel, se la arrancó, en un striptease tan corporal como emocional, con una entrega absoluta a su arte, sin concesiones, sin géneros, sin límites. La representación, malsana, recordaba a las películas de David Lynch, en las que se enhebran belleza y caos.
Dorian jugaba con su vestido, con su cuerpo. Se deshacía de él, lo ocultaba, lo mostraba. Y, mientras, su bella voz, pletórica, interpretaba o reinterpretaba sus canciones sobre unas bases tan minimalistas como inquietantes; jugaba con las tesituras, con el sonido de su garganta: ahora, notas altas y finas; ahora, graves y rasposas. Parecía que se produjera una fusión entre sus diferentes etapas creativas. Las bases, drones minimalistas, recordaban a su último disco, Invasiva, mientras que las melodías que interpretaba apuntaban hacia álbumes anteriores, como Ardor. Esa colusión entre fondos aparentemente estáticos pero con ligeras e inquietantes variaciones, y la emocionante interpretación vocal provocaba incertidumbre, inestabilidad y una inevitable atracción, como cuando te asomas al abismo y no puedes evitar mirar lo que te espera bajo los pies.
En la pantalla, besos apasionados y la contemplación del otro. La posesión, la fusión, el amor desatado, la pasión y la locura. Dorian a veces se volvía hacia la proyección, en comunión con su amado, al que le ofrecía todo su ser, ante la vista atónita de todos los que estábamos presentes. A continuación, volvía a girarse hacia nosotros y, estirando los brazos a cámara lenta, como si estuviera en la cruz, seguía entonando sus canciones de amor, vida y muerte.
Espectral fue la reinterpretación de Gracias a la vida, el clásico de Violeta Parra. Si la letra ya oficia de despedida, como las palabras de alguien que sabe que la vida es el pasado, la interpretación de Dorian Wood dejó todavía más clara la inmensa tristeza que alberga la canción. La desolación de alabar aquello que nunca más tendrás; una fantasmagoría, con sus momentos bellos, pero que se esfuma mientras cierras los ojos, porque te esfumas.
El silencio en la sala era absoluto. Sabíamos que cualquier ruido podía romper el influjo, el ceremonial, la misa negra. Quizás por ello, Dorian finalizó su actuación con un canto a vivir intensamente, sobrepasando límites, con la inconsciencia de un kamikaze:
“No se olviden de vivir el amor en todos sus matices, en todos sus colores y, sobre todo, en el más oscuro. ¡Viva la oscuridad!”
Al igual que Dorian Wood ha descubierto la luz en la oscuridad, también es capaz de mostrárnosla. Tal es el poder de su arte.
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