En el mundo flamenco, menos es más y la intimidad, indispensable. Estos factores han influido para que Primavera Sound y Arte por Derecho, hayan tenido la lúcida idea de crear A tu vera, una serie de actuaciones donde el recogimiento y la proximidad sean valores fundamentales, a escala humana o hermana como explican los organizadores. La Sala Apolo iba a ser el lugar elegido, el cantaor de Sabadell Duquende y el guitarrista nacido en Cornellà de Llobregat Chicuelo, los protagonistas. Pasión cercana.
En sus inicios, Juan Rafael Cortés Santiago, más conocido como Duquende, fue considerado uno de los posibles sucesores de Camarón de la Isla. Lógicamente dicha predicción acabó en nada, no por deméritos del cantaor, sino porqué jamás nadie le podrá hacer sombra al genio gaditano.
Conocedor de este incontestable hecho, y habiendo construido una carrera meritoria, ha decidido rendir tributo a los maestros José Monje Cruz y Paco de Lucía (con quien colaboró durante casi 20 años). El homenaje a esos dos monstruos eternos lo ha bautizado De Camarón a Lucía, ídolos que más que suyos, “lo son de todos”, según sus palabras. Los mimbres invitaban al deleite.
Bendita hermandad
Chicuelo es la versatilidad convertida en guitarrista. Capaz de acompañar con maestría inusitada al cantaor o mostrarse igualmente brillante en sus solos, como demostró en una introducción espectacular, llena de fibra y pericia; los coros y palmas del dúo escudero realzaron el poderoso arranque. Él iba ser el faro refulgente.
Ataviado con su distintivo sombrero de ala ancha, Duquende apareció sin apenas hacer ruido, sentándose junto a su guitarrista, al que miró extasiado, deleitándose con el toque cristalino del gigante de Cornellá.
A menudo, los cantaores son como un melón sin abrir, nunca sabes si saldrá bueno. En los primeros compases citados, ya pudimos notar que el sabadellense iba a tener su noche. “Que de la muerte caminado” pregona a los cuatro vientos el artista con su voz desgarradora y punzante cual puñal; fiereza que no decaería en toda la velada.
Al buen tono del preámbulo por tientos le seguirían las alegrías Un tiro al aire, espléndidamente interpretadas, exhaladas desde el fondo del alma. Fuera por seguiriyas, Yo no soy de esta tierra o por bulerías, Yo no debía quererte (ambas cosecha de Camarón), Duquende estuvo espléndido, bordando los mentados palos y cualesquiera que atacara.
“En Barcelona tenéis un monstruo, que posee la magia del cante, inspiración y técnica”. Palabras de Paco de Lucía que su compañero en tantas y tantas actuaciones quiso refrendar en una calurosa noche de junio. Sin embargo, esa demostración de poderío tuvo otro culpable ya mencionado.
Chicuelo, cruz de guía
En una procesión de Semana Santa, la cruz de guía es la insignia que encabeza el desfile, marcando el camino a seguir. Chicuelo, disfrazado de ella, se situó delante del cantaor-nazareno en pos de encauzarle por la senda correcta. Dominó el “tempo” en todo instante, aclarando dudas, dando el máximo soporte al protagonista, incitándole a ser mejor; a fe que lo consiguió. Obviamente, no fue el único responsable del éxito, pero se ganó los galones de triunfador con merecimiento: rasgando, punteando, ejecutando siempre las pausas precisas. Prodigioso una vez más.
La pareja se aunó de modo preciso, sin apenas fallos, alcanzando cotas de enorme brillantez y solemnidad. El duende sí apareció esta vez y de qué manera.
El público presente sabía, de antemano, que estaba asistiendo a una gala especial por diferentes motivos, agradeciéndolo a más no poder: jaleos vehementes, vítores incesantes y aplausos ensordecedores inundaron el recinto mientras el tocaor mostraba su destreza. Satisfacción mayúscula. Nadie, ni el más riguroso, pudo sentirse defraudado.
Atracón de flamenco del bueno para palmear con fuerza y gritar desaforados: ¡Hemos vuelto al Apolo! Nos lo merecíamos.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.