Elliott Murphy, asiduo de los escenarios barceloneses, retornó a ellos (concretamente a la Sala Bikini), para presentar su reciente creación titulada Prodigal son (Murphyland, 2017) Lo hizo acompañado de su inseparable cómplice desde hace más de veinte años: el guitarrista normando Olivier Durand. Tras esta rancia introducción, procedamos a comentar un concierto que de arcaico tuvo más bien poco a pesar de tener como protagonista un artista con cincuenta años de carrera, creador de más de una treintena de discos y que pronto cumplirá sesenta y ocho años.
Enero es un mes habitual para volver a reencontrarse con el cantante y escritor nacido en Rockville Centre (New York) y autor del básico Aquashow (1973), renovado por él mismo en 2015 con Aquashow deconstructed, álbum presentado hace dos años en el Jamboree Jazz. Esa cercanía en el tiempo y la repetición del formato a dos guitarras, junto al solista francés, mermó la convocatoria, hecho que no influyó en la calidad del show. Nuestro contador de historias es un profesional y apasionado de su oficio; tocaría igual para una pareja de enamorados. Pero no nos engañemos, la escasa audiencia responde a un motivo principal: en este curioso país, poblado de Alboranes, Melendis y reguetoneros disfrazados de artistas underground, adoptamos gran parte de la cultura norteamericana e ignoramos uno de sus géneros musicales esenciales, el country rock. Si exceptuamos a Springsteen (amigo y admirador de Murphy), y pocos más, este apasionante estilo deviene prácticamente residual.
Prodigal son es de lo más interesante grabado en 2017, al igual que la divina Let me in, pero no busquen en las habituales listas de lo mejor del año, el signo de los tiempos los ha desdeñado. Su voz, aunque sigue en buen estado, quizá ha perdido la luminosidad de otros tiempos, no importa, el sonido impactante de las guitarras, la vieja harmónica que le acompaña desde 1967 y esas palabras emanadas líricamente, suplen cualquier carencia. El arranque acompasado de Drive all night, la aridez del blues Take love away, la melancólica Little sister, la intensidad de Destiny o You Never know what you’re in for, arrancada con toques de armónica a lo Dylan y concluida con un epílogo maravilloso, son canciones henchidas de verdad. Basta el corazón para interpretarlas, el virtuosismo es baldío.
Elliott Murphy concluyó su recital con la coreada Last of the rock stars (salpicada con ecos de Shout, I’m a wanderer y The house of the rising sun), comenzando la tanda de bises con Free fallin’, tributo al malogrado Tom Petty, a la que siguió Elvis Presley’s birthday, de su LP 12 (1990). Para el final, se guardó Rock ballad, extraída de Just a story from America (1977). Versión superlativa de esta obra maestra que acabaron tocando totalmente desenchufados en un derroche de pasión cruda y profunda. Más de dos horas de show para unos cuantos privilegiados gatos. Thanks Mr. Murphy, see you next January.
Rock ballad - rock ballad / You know baby and I used to listen all night long / To the real slow song Till the tears were gone
Rock ballad, Elliott Murphy
Autores de este artículo
Barracuda
Sergi Moro
Desde que era un crío recuerdo tener una cámara siempre cerca. Hace unos años lo compagino con la música y no puedo evitar fotografiar todo lo que se mueve encima de un escenario. Así que allí me encontraréis, en las primeras filas.