Llegué a George Thorogood en plena adolescencia. Por aquel entonces (el blues ya removía mis entrañas) me hablaron de Move it in over (1978) su segundo disco y fui, rápidamente, a la tienda más cercana para agenciármelo (en aquellos años se hacían estas cosas). Quedé especialmente prendado con la tremebunda lectura de Move it on over, composición del gigantesco Hank Williams. En él se respiraba una rabia que, infortunadamente, se ha perdido hoy en día. Sin esa cólera, cada una de las letras que componen la palabra rock pierde todo su sentido.
Estuve agarrado al músico nacido en Wilmington (Delaware, U.S.A), hasta que, a mediados de los 90, lo aparté (indecorosamente) de mis preferencias, coincidiendo con un leve declive del guitarrista y mis devaneos con las músicas africanas y caribeñas.
Cuando se quiere de verdad a alguien, no se le olvida jamás y el anuncio de su inclusión en el Guitar BCN 2022, fue una grata sorpresa. El acierto del festival, serviría para recordar aquellos memorables chispazos y congraciarme con alguien que le había enseñado nuevas ondas sonoras a un púber desorientado.
Cuarenta y cinco años de orgullosa maldad subían al escenario de la sala Apolo.
Fiesta rockanrolera
“Come on everybody there’s a rock party tonight”. Con esta estrofa, definitoria y perteneciente a Rock party (2006), George Thorogood & The Destroyers iniciaron un concierto desbocado, vital, a ratos imperfecto, pero tocado con la varita mágica de un género al que no le hacen falta adornos, el traje habitual es suficiente.
No esperábamos una sala tan repleta, embutida, que vivió un ambientazo como en sus mejores noches. Los irreductibles fans (no vimos intrusos) abarrotaron la sala y le dieron un ímpetu al show que magnificó el triunfo del afectuoso George.
Thorogood mostró un nivel vocal algo desafinado en algunas fases. La pregunta sería: ¿se pueden tener en cuenta estos leves desajustes? La respuesta es, a todas luces, negativa. Su voz, rugosa, forma parte de la identidad y disimula dichas irregularidades. La presencia escénica sigue siendo de órdago y, si algo falla, siempre tiene a los actuales Destroyers para solucionarlo.
De manual pueden clasificarse los introductorios covers de Who do you love?, Shot down (The Sonics, 1966) o de Night time (The Strangeloves, 1965), genuina pieza de “garaje”. En ellas comprobamos, de buenas a primeras, la magnificencia de cuatro músicos soberbios que saldaron su labor de manera estratosférica: Buddy Leach, profundo y contundente con el saxo y un Jim Shuler primoroso tanto en la guitarra rítmica como en la principal cuando al jefe se le cansaban las manos; Jeff Simon (batería) y Billy Blough (bajo) no les fueron a la zaga. Franqueada, con notable, la apertura, tocaba enfrentarse a los hits.
Sobria borrachera
El repertorio del señor Thorogood contiene varias piezas que no servirían para el spot “si bebes no conduzcas”. I drink alone, One Bourbon, one scotch, one beer (tremenda lectura) o el chupito de Tequila, no ayudan, precisamente, a defenderlo. Traspasada la tajada, la banda nos introdujo en una excitante Instrumental Jam, para, seguidamente, atacar Gear jammer (ya con Thorogood a los vocals) y la magnífica Get a haircut, en la que espetó: “This only rock ‘n’ roll”. Así de simple.
El delirio estalló al detectar que el riff inicial pertenecía al “bluesazo” Bad to the bone. Se reafirmó con una acelerada Move it in over y tocamos techo al compás de Born to be bad, implacable remate de cierre.
Un repertorio compuesto por tan solo trece piezas dilatadas, tocadas, prácticamente sin pausas entre ellas y en las que no hubo lucimientos insubstanciales. El músculo ganó a la frivolidad; mucha miga y no para los pájaros.
George Thorogood, chulesco (era necesario), provocativo (sacando lengua y lanzando las gafas de sol hacia el backstage) y coqueto (se peinó y también hizo de peluquero con una espectadora), se marcó una actuación disfrutona, eficaz y de una profesionalidad a prueba de modas y edades.
Nadie se sintió defraudado. Lo que hace el guitarrista norteamericano no engaña. Puro ardor que arrebata, vivifica y sacude neuronas. Células necesitadas de movimiento, si las activamos fenecerán.
Los decibelios llegaron al límite de lo peligroso, pero la sordera pasará. Escuchar sonidos salvajes a bajo volumen es parecido a un coitus interruptus. Play it loud.
Si alguien se quejaba de que el Guitar BCN, a menudo, no hace honor a su nomenclatura, en esta ocasión tuvo que cerrar la cremallera de su boca. Guitarrazos descomunales. Los de toda la vida.
Born to be bad, that’s the story of my life. Doin’ things wrong was my way of doin’ things right”
Born to be bad, George Thorogood
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.