Una de las peores cosas que pueden pasar en un festival masivo de música es que llueva. Por eso es normal que una de las imágenes más repetidas durante la tarde del sábado en el Parc del Fòrum fue la de técnicos, organización y asistentes mirando constantemente el teléfono móvil para descubrir si las lluvias pronosticadas durante la mañana se iban a convertir en realidad. Y así fue. Instantes antes que PJ Harvey, la gran atracción del cartel, apareciera sobre el escenario principal, las oscuras nubes que cubrían el cielo barcelonés cumplieron su amenaza y empezaron a descargar sobre el recinto. Pero quien mejor para amenizar un buen chaparrón que una mujer nacida en Corscombe, una diminuta aldea en el sur de Inglaterra. La sacerdotisa del rock alternativo, que regresaba a la Ciudad Condal siete años después de su última visita al festival, arrancó susurrando con Prayer at the Gate, que situó al respetable en un ambiente de ritual religioso. La siguieron las delicadas The Nether-edge e I Inside the old year Dying, canción que da nombre a su último álbum. A su vez, introdujo también piezas de sus últimos trabajos como The Words that Maketh Murder o The Glorious Land. En esta primera fase, Polly Jean empleó su registro de voz más angelical, bien acompañada por su inseparable autoarpa y una sobria, pero efectista banda. “Siento que os estéis mojando todos”, dijo mientras retrocedía unos metros sobre el escenario para evitar le alcanzaran los gotarrones que caían del cielo. “Me alejo de la lluvia, pero no me alejo de vosotros”, añadió.
A medida que avanzaban las canciones, la lluvia aumentaba de intensidad. También lo hacía la interpretación de PJ, que demostró de dentro suyo todavía conserva aquella joven que flirteaba con el punk. Buen ejemplo de ello fue 50ft Queenie, tema producido en su día por el recientemente fallecido productor, Steve Albini, al que dedicó la suave The desperate kingdom of love. El rock volvió a ganar protagonismo con la aclamada Man-Size, solo de guitarra incluido. El cierre no pudo ser más oportuno: con los clásicos To Bring You My Love y, sobretodo, Down by the water, con la que demostró que se puede mostrar poderío incluso bajo la lluvia sin necesidad de aspavientos.
Hablando de poderío, es obligado destacar también la portentosa actuación de SZA. La ecléctica cantautora de St. Louis exhibió todo su catálogo de ritmos urban, R&B, neo-soul, hip hop, trap, pop e incluso rock. Todo ello, mientras clavaba unas sensuales, pero vigorosas coreografías a lo largo y ancho de un decorado que recordaba a un barco pirata. La diva de masas, que en su día fue la primera mujer en firmar con el prestigioso sello Top Dawg Entertainment, recorrió todos los recovecos de las relaciones tóxicas a través de su aclamado SOS (Top Dawg Entertainment, 2022), considerado por muchos uno de los mejores álbumes de lo que llevamos de década. El público celebró auténticos hits como Snooze, Shirt o Low, en la que homenajeó a Miley Cyrus montándose sobre una bola de demolición.
Además, también ofreció algunos de los clásicos de su discografía como Love Galore, Broken Clocks o All the Stars, canción junto a Kendrick Lamar compuesta para la banda sonora de la película de Marvel, Black Panther. En la parte final, la temperatura aumentó con Kill Bill, pieza viral durante la que mostró su destreza con las catanas. Toda una declaración de intenciones. El cierre fue para la dulce balada Good Days, que fue el broche de oro a un espectáculo que superó las expectativas de muchos.
Horas antes, Royel Otis había desplegado todo su desparpajo en el escenario Santander. El joven dúo australiano, formado por Royel Maddell i Otis Pavlovic, presentaron su flamante PRATTS & PAIN (Ourness PTY, 2024), en el que han llegado su dicharachero jangle-pop a un nuevo nivel, añadiendo toques psicodélicos sin renunciar a sus características melodías pegadizas. Ataviados con camisetas vintage del Barça, y eso que era el Real Madrid el club que disputaba esa misma noche la final de la Champions League, deleitaron a un público con ganas de disfrutar los últimos rayos de sol de la jornada con sus grandes éxitos Sofa King, Going Kokomo o la celebradísima Oysters in my pocket.
En otro plano completamente opuesto se movió American Football. “Hola, somos Bikini Kill” bromeó el vocalista y guitarrista principal Mike Kinsella al empezar, en alusión al solapamiento de su concierto con el de la mítica banda de punk. Ahora bien, bromas aparte, los paladines del emo del Midwest estadounidense protagonizaron un espectáculo denso y falto de ritmo. Tanto, que ni el virtuosismo de sus interpretaciones instrumentales consiguió conectar con un público que aguantaba estoico bajo la lluvia. El sexteto de Illinois conmemoraba el veinticinco aniversario de su álbum homónimo, que les catapultó a la categoría de banda de culto. Sin embargo, la aparente apatía de Kinsella y los prolongados parones entre canciones le fueron restando paulatinamente áurea a un espectáculo que terminó haciéndose espeso. Incluso el agónico final de I’ll See You When We’re Both Not So Emotional sonó ligero y falto de significado. Afortunadamente, un doble golpe final con la hipnotizante Stay Home y el hit Never Meant sirvieron para salvar la papeleta a la banda estadounidense.
Autores de este artículo
Pere Millan Roca
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.