Si algo ha distinguido a Pretenders, durante sus 46 años de trayectoria, prescindiendo de los músicos que hayan formado la banda, ha sido su sonido. Un estilo que ha seducido tanto a los punks recalcitrantes como a los amantes del pop-rock melódico. El secreto del éxito y de esa, a veces imposible comunión, se basa, principalmente, en la facilidad innata de componer armonías contagiosas (que muy pocos han conseguido igualar) y de la categoría y el carisma de Chrissie Hynde, una de las artistas más imponentes, comprometidas e imitadas (se acabarían los números para citarlas) del siglo anterior y que, todavía, a sus 72 primaveras, sigue sentando cátedra. Ese método que les ha llevado a la gloria, continúa bien vivo, lo demuestra Relentless (Parlophone, 2023), un álbum que, sin llegar a cotas pretéritas (sería un milagro), no desvirtúa una carrera conformada por doce álbumes inmaculados. En el estreno del festival Les Nits de Barcelona (Palau de Pedralbes) íbamos a comprobar la fuerza de las últimas creaciones y su valor comparado con los hits de toda la vida.
Error táctico
No querríamos ser muy severos, pero la realidad nos impide manifestar falsedades. El profesional show de los Pretenders (no llegó a la excelsitud) tuvo un grave problema: el aliento del público. Probablemente lo provocaron las sillas dispuestas en todo el recinto, aunque en otras ocasiones (léase Nile Rodgers) no fueron obstáculo para que los presentes cimbrearan los esfínteres. Quizá también influyeran los guitarrazos del descomunal James Walbourne (el buen rock a secas, sin insustanciales aliños, cuesta de digerir, según cual sea la platea que lo ingiere) u otros motivos que tardaríamos en descifrar. Lo cierto es que, a pesar del buen trabajo del conjunto, completado con Dave Page (bajo) y Kris Sonne (batería), las testas de los presentes no se menearon en demasía; Pedralbes es un hueso duro de roer.
Dudas y triunfo
Nuestra idolatrada Chrissie comenzó con las cuerdas vocales algo tensas (la sonorización, ligeramente apelotonada, en el inicio, no le favoreció), molestia que provocó desajustes en la novedosa Losing my sense of taste, Turf accountant daddy e incluso en las grandiosas Kid o Message of love. Esa voz temblorosa (nada insólito con el paso del tiempo) empezó a colocarse en su lugar con el semi-reggae Private life, Back on the Chain Gang, la balada Hymn to her, Don’t get me wrong (tantas veces bailada), Day after day o Thumbelina (ración de rockabilly) y de aquí hasta el final. Reconocimiento especial para I’ll stand by you, dónde apareció la gran Hynde de siempre: firme, convencida y gloriosa. Eterna.
Aunque la diva (no se nos enfadará) empuñó maracas en Break up the concrete, siguió luciéndose en Up the neck, Bad boys get spanked y tocó la harmónica en la fastuosa Middle of the road (hasta un servidor se alzó entusiasmado), la euforia surgió, en el finiquito, con Stop your sobbing (obra maestra de su exmarido Ray Davies) y Mistery Achievement (las dos propinas), canciones que, por fin, levantaron a los espectadores de sus asientos.
No queremos obviar el tono punky de un tema, que pinta a éxito, como Vainglorious o Let the sun come in, recientes creaciones, bien pulidas, que no desentonaron del set escogido.
Pretenders no defraudan nunca (su música no tiene fecha de caducidad), ni tan siquiera cuando les sitúan los elementos en contra. Sus tremendas canciones y esa líder inmarchitable pueden con eso y mucho más. Guitarras, percusión y a bailar. Es lo que toca.





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