El 49 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona está ofreciendo sus postreros episodios y quiere despedirse a lo grande. Razzmatazz, que este año celebra su 17 aniversario, acogió el concierto de Trombone Shorty & Orleans Avenue. No peco de exagerado al afirmar que el show ofrecido por el de New Orleans y su poderosa banda quedará marcado a fuego en las paredes del recinto del Poble Nou barcelonés. Como si quisiera revelarse contra el huracán que arrasó su ciudad natal en 2005, Troy Andrews se ha convertido en un torbellino letal que, a base de soplar y soplar el trombón o la trompeta, derriba cualquier muro sea cual sea su consistencia. Una venganza musical.
La numerosa audiencia quedó estupefacta cuando escuchó la primera embestida de la dupla guitarrística y al desatado bajista. ¿Nos había engañado el director artístico del festival sustituyendo en el último instante a los de Luisiana por AC/DC? La aparición de Andrews y sus primeros compases de trombón atacando Backatown nos despertaron de tamaña pesadilla. Cierto es que el concierto transcurrió, en algunas ocasiones, por tonos algo rockeros, quizás por influencias de su amigo Lenny Kravitz, pero el soberbio engrase de todas las piezas permitió olvidarse de género alguno. Rock, soul, funk, hip-hop y el inconfundible estilo de la auténtica música de New Orleans se unieron en una mixtura apta para cualquier oído mínimamente perceptivo. Parking lot symphony (Blue Note, 2017), es un trabajo maduro, sorprendente, inhabitual en un joven de tan solo 31 años. Pero no debería sorprendernos, el portentoso trombonista ya desfilaba de pequeño con las brass bands por las calles de Tremé y poco después las empezó a dirigir. Ese aprendizaje ha sido vital para unir lúcidamente tradición y modernidad, atreviéndose a hilvanar versiones de clásicos como On your way down (Allen Toussaint), Here come the girls (Ernie K. Doe) o It ain’t no use (colosal pieza de The Meters) con atrevimiento, seguridad y enorme solvencia.
Salvo un intermedio de aires caribeños y el pequeño parón de No good time antes de la traca final, con la mencionada It ain’t no use y el medley Hurricane season / When the saints go marching in, su actuación no tuvo un momento de respiro. Enlazó un tema con otro, sin apenas silencios, en un atracón de ritmos donde parecieron resucitar los J.B.’S de James Brown. Dan Oestreicher en el saxo barítono y BK Jackson en el tenor se unieron a su líder en una loca catarsis para acoplar Lose my mind con un popurrí del padrino del soul. Allí surgieron Sex machine, Make it funky o I feel good, reinterpretadas de manera feroz. Troy Andrews canta, rapea, grita, salta, se hace adorar. El público extasiado intenta tocar su trombón como si fuera el Santo Grial. Le idolatran. Utilizando argot futbolístico, nadie se movió de sus asientos (es un decir, los hubieran destrozado) hasta el pitido final cuando interpretó Do to me, tema de su disco For true (2011). De locos.
Músico, actor, filántropo, Troy Andrews, alias Trombone Shorty, construyó uno de los mejores espectáculos del año. Sólo le faltó el Mardi grass in New Orleans del Professor Longhair para salir en hombros. Una salvajada.







Autores de este artículo

Barracuda

Oliver Adell
Me gusta viajar, la buena compañía y, sobre todo, la música; en especial el jazz. Fotógrafo de eventos, conciertos, bodas y lo que surja. Me gusta fotografiar no solo el instante sino la emoción de lo que hay detrás.