A algunos les llega de forma prematura, otros viven en la inopia toda la vida. Pero el común de los mortales descubre un buen día, muchas veces con sorpresa pero siempre con gran determinación, que por fin ya sabe qué le gusta y qué no. Al menos a cortes generales. No es algo mágico: solo ocurre que de tanto escoger, cada vez se escoge mejor (en el cine y en la música se ve clarísimo, pero hay aciertos importantes también con las cartas de los restaurantes, así como mejoras sustanciales en el sexo, en los temas de conversación…). Los que estábamos el viernes noche en la Sala Apolo de Barcelona sabíamos bien qué nos gusta y qué no. Y b1n0 nos gusta, nos gusta mucho.
La principal virtud de b1n0, su estructura, es también su mayor defecto. b1n0 se pronuncia bino e, igual que un tinto reserva, necesitaron unos años de botella para aumentar su potencial aromático y afinarse en boca. Es decir, desde que sus fundadores tuvieron la idea pasaron tres años para poder materializarla en este primer disco homónimo que acaban de publicar. Les costaba mucho cuadrar agendas y apetencias con sus colaboradores, según me contaba Laia Alsina, guitarrista en The Crab Apples y amiga de la banda, ya que desde el principio funcionan como una jam session: se juntan con unos y con otros, y entre todos van cocreando.
Y así resulta que no tienen vocalista. Tanto en el disco como, para gran gozo de los asistentes, en la presentación del mismo, les acompañan nombres tan interesantes como Adriano Galante, de Seward (4dr14n0 64l4n73 d3 53w4rd) —que es todo un personaje, encima del escenario se marcó tal performance que no me extrañaría que se lo rifaran las compañías de teatro experimental—; Núria Graham —que estuvo elctrizante sobre todo en K0RNULOV3—; así como los hermanos Laia y Pau Vehí (Phoac), de North State —cerrando el concierto arribísima con F33L—.
Esto de nutrirse de voces externas es lo mejor —le da a la música una frescura y una mutabilidad que seduce mogollón— y lo peor —en la presentación estaban pero yo me supongo que no siempre les podrán acompañar, y tirar de grabado probablemente le restará emoción al asunto—. Pero todo está por ver. Comenzaron con R0M4N71C153D V3R510N y no salió nadie. Solo había cuatro tíos sentados cada uno con su aparatito, como una formación de música clásica del año 2400, y sampleando la voz de Pau Vehí le metieron mucha caña y lo resolvieron la mar de bien.
No soy ninguna gurú de nada pero creo que si todo va bien, lo van a petar. Ya era bastante inverosímil lo repleta y receptiva que estaba la sala para tratarse de un primer concierto de una banda que acaba de nacer. Foehn Records presentaba sus nuevos polluelos esa noche: el proyecto experimental de Emili Bosch y Malcus Codolà, b1n0, que teloneaba a Myōboku, la pretenciosa propuesta de Marina Herlop y Òscar Garrobé.
Si Egosex fue mi gran revalación de 2019, a dos semanas de haber comenzado el año, b1n0 ya se ha convertido en mi gran revelación de 2020. Comparten esta mezcla de géneros tan curiosa, pero siempre priorizando la electrónica; además de una puesta en escena futurista y lograda. Otro punto en común: cada canción aporta algo nuevo y consiguen dejar un poso en la mente. Ocurre que con una sola escucha ya se te queda la melodía en la cabeza, y la segunda vez reconoces los temas como si los hubieras escuchado varias veces. Así es como se hacen los hits.
A Egosex les he visto ya unas 5 veces y no me canso. A b1n0 espero verles este verano en todos los festivales.
Autores de este artículo
Paula Pérez Fraga
Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.