Debemos reconocer que llegábamos al concierto de Soleá Morente con dudas y, por qué no decirlo, con bastantes prejuicios; las recientes colaboraciones con Guille Milkyway (La Casa Azul) invitaban a ello. Sin embargo, nos llevamos una grata sorpresa, ya que el resultado, en directo, superó, con creces, la languidez y la mercadotecnia de las grabaciones en estudio.
No debemos engañarnos, Soleá no es una cantaora, ni pretende serlo. Su apuesta musical es palmaria: canción ligera con estribillos fáciles de retener (los fans se las sabían todas), congeniar con la coyuntura reinante e intentar evocar a sus ancestros de la mejor manera posible. El apellido le ayuda a competir donde muchas la superan, pero también pesa miles de kilos, eso debería tenerse en cuenta.
Ante una sala abarrotada, Soleá se sintió conmovida y, al mismo tiempo, en casa, la relación de su padre con Barcelona marca mucho. Acompañada de una banda compuesta por seis músicos, perfectos para la propuesta, y de unas filmaciones discutibles y empachosas (el protagonismo del artista siempre debería ser prioritario), desgranó su cosecha pretérita y actual, más algún apunte de pureza flamenca, que, si queremos ser sinceros, no era imprescindible.
“Las estrellas y los luceros todos se rinden al día, yo me rindo a ti, Enrique del alma mía”. Con estos versos de Aurora, fugaz pieza que inicia Aurora y Enrique (Elefant Records, 2021), LP inspirado en el romance de sus padres, Enrique Morente y Aurora Carbonell, Soleá Morente emprendió una actuación irregular aunque repleta de momentos plausibles; sumaron más los que utilizaron la retrospectiva que la modernidad. Tan solo es una opinión, no lo olviden.
Sorteando, con holgura, seis temas seguidos del citado homenaje, Soleá se dedicó a combinar todas sus querencias (pop, rock, electrónica, flamenco y rumba) con mayor o menor fortuna, dejándose el pellejo y la garganta; de necios sería negarlo.
De este sexteto, destacaríamos Ayer (coreada), Polvo y Arena, Marcelo Criminal (pop vacilón) y Domingos, otra muestra similar con ecos de Alaska y Dinarama, repetidos en el cover de Raffaella Carrà, No pensar en ti. Minutos después, volvería a él con El pañuelo de Estrella, conmovedora canción que, desgraciadamente, no pudo cantar con el inconmensurable apoyo de su hermana.
Soleá (le vamos a gastar el nombre) sabe, perfectamente, que el flamenco ortodoxo no es el mejor terreno donde debe pisar, se asemeja a arenas movedizas. De todos modos, intentó, con arresto, tantear una soleá y una seguiriya. Cuando el temple no existe, es imposible crearlo. Los dos cantes tuvieron fibra, pero no estremecimiento; gritar no equivale a conmoción.
Estuvo lúcida en la recreación pop de Sembré una esperanza (Enrique Morente) y encandiló con rumbas “cassetteras”. Señalaremos unas pocas: Olelorelei (favorita del camarada Luís Troquel), Cariño (rumba adictiva de La Estrella de David) y Ducati y en las sufridas tentativas de emular a la idolatrada María Jiménez. Lo que te falta y Viniste a por mí constituyeron la cima de la función por arrojo y por el recuerdo de una cantante insustituible.
Nos quedan Gitana María (misticismo inteligente, según ella) y Baila conmigo, los dos hits perpetrados (retorno al modo Camela) junto al amigo de La Casa Azul, quien no compareció. Ya les podemos adelantar que serán un par de pelotazos, los presentes gozaron al máximo. Uno apostaría por el segundo, una especie de cumbia, tipo Pimpinela, que tiene todos los números para arrasar y no será por lo buena que es. Dejémoslo ahí.
Soleá Morente, que finiquitó la noche con Cosas buenas (Rosario al poder), moldeó un show robusto, bien confeccionado (elegancia e iluminación a tono), apto para toda clase de público y respetuoso, los saludos de despedida con el patriarca cantando, desde el cielo, para bendecir a su hija, lo demostraron.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.