En la vida hay ocasiones que no se deben desaprovechar. También hay grupos que pasan por tu ciudad una vez en la vida. Si se te juntan las dos premisas, probablemente se haya anunciado un macroconcierto de miles de personas en un estadio o haya vuelto alguna banda mítica que ya no contabas con ver. En nuestro caso, faltar a la nueva gira europea de los ídolos punk de los 80 Dead Kennedys hubiera sido realmente imperdonable.
Comandados por sus letras ácidas, irónicas y llenas de crítica política, los estadounidenses lograron un impacto internacional pocas veces visto en aquella época, a pesar de su corta primera andadura (desde finales de los 70 a mediados de los 80), convirtiéndose en referentes de toda una generación y un buen puñado de bandas que vendrían después, gracias también a su característico sonido. Ya en su segunda etapa arrancada en 2002, giran sin su icónico vocalista original Jello Biafra, quien abandonó el grupo por discusiones sobre derechos y royalties con los otros miembros (estando su propio sello, Alternative Tentacles, de por medio). Continúan al pie del cañón los miembros clásicos East Bay Ray (guitarra), Klaus Flouride (bajo) y DH Peligro (batería), acompañados por Skip Greer al micro.
Público de todas las edades y géneros merodeaba por los aledaños de la sala Razzmatazz. Había veteranos, adolescentes, punks old-school… Todos ellos vistiendo camisetas de otros grupos que siguen el legado de los de San Francisco, como los nacionales Rat-Zinger, La URSS o, por supuesto, los Lendakaris Muertos, quienes además de deberles su nombre, los homenajean constantemente con referencias en sus letras y portadas de discos.
Con media hora de retraso y tras la descarga hardcore-punk local de los Último Rekurso, el público que llenó algo más de media sala corría a ocupar las primeras filas para ver de cerca a sus ídolos. “Se nos ha olvidado como tocar música, haremos esto en su lugar”, advertía Flouride para arrancar un show que contaría con un pogo permanente en frente del escenario, lleno de crestas y ganas de fiesta. Fugaz y certera, la antimilitar Winnebago Warrior fue una de las primeras en revolucionar al personal.
Sin echar de menos, salvando las distancias, al referente y activista punk Biafra, Skip Greer se desenvolvía a las mil maravillas como maestro de ceremonias. Es autentico, el cantante que todos queremos ver. Suelto y despreocupado, agita su cuerpo al ritmo de la batería mientras va de un lado al otro sin parar. El resto se mantenían firmes en su sitio, ejecutando perfectamente temas como Let’s Lynch the Landlord o Kill the Poor, mientras más de uno subía al escenario para lanzarse al foso. “Hay demasiada gente en este mundo, ¿no os parece?”, ironizaba el vocalista.
La gente de las filas traseras se animaba a entrar a darse unos empujones con Too Drunk To Fuck, mientras Greer los mojaba con agua. Se veía que traían el set bien preparado y guionizado, puesto que no faltó ninguno de sus temas más conocidos –la mayoría de su debut Fresh Fruit for Rotting Vegetables (Alternative Tentacles, 1980)– ni unas cuantas bromas de cuñado para descansar los brazos entre canción y canción. También hubo tiempo para el alegato contra el racismo, la homofobia y el sexismo por parte del hombre a la batería, DH Peligro, sirviendo de introducción a la coreada Nazi Punks Fuck Off. Fue el tramo en el que más brilló, manteniéndose el resto del concierto en un segundo plano, tirando más de técnica que de energía, como solía hacer antaño, a la hora de golpear los platos.
Verlos en escena es como un pequeño viaje al pasado. Sin cambiar un ápice de su sonido original, incluso algo bajo de volumen si estabas al final de la sala, su música sigue manteniendo esa esencia de los inicios del punk que resulta difícil de explicar. Tienen algo de mundano, de puro; de gente normal revolucionando su alrededor con unas pocas notas. De hecho, los miras y podrían estar listos para ir a pescar perfectamente. Gran parte del público los miraba atentamente en lugar de unirse a la juerga, como queriendo apreciar la ocasión única que tenían delante.
Llegando al final, el riff de California Über Alles desataba la locura y los lanzamientos de vasos hacia el escenario, empapando uno de ellos a Ray y su guitarra nada más empezar el bis. Lo encajó con resignación, aunque ya no volvió a acercarse al público. Ya se sabe, cosas que tienen los conciertos de punk. Cerraron con su clásica versión de Viva Las Vegas, Holiday in Cambodia y Chemical Warfare (con un trocito de Sweet Home Alabama entre medias), con Skip cantando entre el público y el pogo lleno. Las camisetas empapadas de sudor daban cuenta de la vigencia de la música y letras de los DK, más de 40 años después de sus inicios, y aseguran la transmisión de su legado a futuras generaciones.
Autores de este artículo
Mikel Agirre
Òscar García
Hablo con imágenes y textos. Sigo sorprendiéndome ante propuestas musicales novedosas y aplaudo a quien tiene la valentía de llevarlas a cabo. La música es mucho más que un recurso para tapar el silencio.