Kiki Morente arrancó el concierto con unas alegrías y lo cerró por bulerías, aunque de forma atípica. Lo hizo rodeado de sus músicos, a modo de corro, únicamente con el sonido de palmas, jaleos, zapateaos y su singular voz. Pareció un retorno a las esencias flamencas, en el fondo fue una demostración de respeto a sus raíces para dar paso a una percepción actual y personal del género.
El pequeño de la saga Morente es inteligente, sabe perfectamente que nunca alcanzará los dominios conquistados por su padre (ni lo pretende). Sin embargo, conoce muy bien el oficio y el terreno por donde pisa, no va a equivocarse.
Sentado en un taburete, agarrado a la guitarra, parece una reencarnación de Bob Dylan en joven galán, quizá nos cante Tangled up in blue, pensamos. Su elegante estampa y la primera nota alargada que recuerda, sin disimulos, los extremos registros hasta donde llegaba el genio granaíno, nos introducen en la realidad: es un cantaor y bueno. Se recrea entre tientos y una soleá exquisita, aportándole estribillos calculados. Sabe a puro flamenco, no excesivamente jondo pero, aunque parezca incongruente, ése es el gran acierto, la baza ganadora.
“Soy un guitarrista retirado” apostilla en una entrevista. En su familia, todos han cantado, y él no podía ser menos. La decisión tomada para orientar su carrera parece del todo acertada, sin embargo la guitarra le corteja siempre, no puede eludirla, es la fiel compañera. La rasguea de manera peculiar, eludiendo los cánones tradicionales, casi como un artista pop, no los necesita. Muy cerquita está David Carmona, compadre de Granada e inestimable instrumentista. Kiki le dejará un momento de lucimiento.
Carmona se recreó en El conde de la soleá, pieza dedicada a Soleá Morente, hermana del protagonista. Después de esta corta, pero mágica intervención, aparecieron, en el turno de alarde, los otros dos músicos de la velada: Konstan González al contrabajo y Pedro ‘Popo’ Gabarre a las percusiones. Juntos interpretaron el momento más jazz de la noche, dándole todo el sentido al nombre del festival. Para ser más exacto, juguetearon con el latin jazz, consiguiendo un instante de esplendor rítmico. El Popo extrajo del cajón lo posible y hasta lo imposible, demostración de que con el instrumento peruano, introducido en el flamenco por Paco de Lucía, se pueden hacer maravillas.
Con el cantaor (no le llamen cantante) nuevamente en escena, encararon un final esplendoroso: granainas, tangos y la conmovedora Hallelujah de Leonard Cohen. De acuerdo, no llegó a las cotas ni de la versión original ni de las de John Cale, Jeff Buckley o de su progenitor Enrique, pero no falló una nota, cantándola con estremecimiento. Ovación.
Kiki Morente sólo ha grabado un disco en solitario hasta el momento: Albayzín (Universal, 2017), estreno de envergadura. Con él ha obtenido cierta relevancia, pero lo vivido en la sala Luz de Gas superó todas las expectativas. Seguro de sí mismo, cambiando de registros sin vacilar, nos convenció para creer seriamente que lo suyo no va ser cosa de dos días. El pasado no le esclaviza: lo moderniza sin romperlo, revitalizándolo. Todo lo hizo bien, inventar no es su trabajo, debe serlo la reinterpretación y ahí el margen de mejora es gigantesco. Los verdaderos hallazgos pertenecen al pasado, conocemos demasiados farsantes que se creen inventores, apártense y dejen paso.
Si algo nos dejó claro la penúltima sesión del ciclo De Cajón!, es que en el mundo del flamenco reciente, existen moldes más sugestivos que el sobrevalorado tra tra. No se queden con la publicidad, si escarban encontrarán cositas buenas de verdad.





Autores de este artículo

Barracuda

Dani Alvarez
Bolerista y fotógrafo. Como fotógrafo, especializado en fotografía de espectáculos. Dentro de la fotografía de espectáculos, especializado en jazz. Dentro del jazz, especializado en músicos que piensan. Trabajo poco, la verdad.