Terminada la función (el aspecto teatral es muy importante en su obra), pudimos conversar un rato con Marcel Fabregat, cabeza de cartel de uno de los conciertos del 28º Festival Internacional de Música Experimental LEM, en esta ocasión, celebrado en el Centre Artesá Tradicionàrius del barrio barcelonés de Gràcia.
Durante la amigable charla, nos hicimos una foto, mirándonos a la cara y sosteniendo el vinilo de su primer disco titulado Opia. De alguna manera, quisimos evocar la definición que sostiene el proyecto.
Opia (algo así como “miradas entre personas”) nació después de que el artista (con todas las letras) descubriera, durante el confinamiento por la pandemia, el libro ‘The Dictionary of Obscure Sorrows’, diccionario de palabras inventadas para describir emociones, escrito por John Koenig. Gracias a él, Fabregat se inspiró para componer y producir el que iba a ser su debut en solitario.
El álbum (de precioso diseño) contiene diez temas que el músico interpretó de manera aleatoria, no ciñéndose a la disposición establecida en la grabación. Y es que el orden no es importante, ya que la propuesta musical, sin pecar de monótona, adquiere un ensamble absolutamente indivisible dónde reina el equilibrio. El sonido atmosférico que se apropia del espectador y de la sala donde reside en ese momento, tiende a la tristeza o la melancolía, pero los distintos matices dibujados procuran que aparezca cierta distensión.
Fabregat experimenta, cómo lo hizo en el bis Yeorie (encontrar alguna cosa que te evoque al pasado). En ella (confesó que a veces el truco no sale) se colocó un pequeño estetoscopio que realzaba los latidos de su corazón. Esos compases estuvieron ligados con las notas de su piano de madera (clon del que tiene en casa) consiguiendo una sensación realmente sorprendente y bella. A destacar que la banqueta que utilizó es la misma con la que empezó a tocar de pequeño. Es tan solo una anécdota, sin embargo de suma importancia: refleja de qué modo, el polifacético virtuoso, mima todos los detalles de su particular mundo.
Hablábamos de experimentación, aunque, en general, sobre el escenario todo está muy bien calculado. Empezando por el estupendo uso de las grabaciones y su fantasía, nada impostada, a la hora de transportarnos al sonido de una caja de música o la tenue alegría obtenida al apostar por el salterio (instrumento medieval originario del sudeste asiático), de él surgieron, en mi opinión, las notas más divinas de tan singular velada.
Si escuchan el LP en el ámbito conveniente, quizá penetren y comprendan su significado (destila calidad por todos los lados). No obstante, nunca llegarán a apreciar las sensaciones del directo.
David Pacheco y Gerard Feliu (escenografía e iluminación) han hecho un trabajo sobresaliente. La idea de colocar en el fondo del escenario unos arcos llenos de bombillas que van cambiando de color (azules, amarillas, blancas o rosas) según lo pida la pieza sonora, resulta de una exquisitez poco habitual, así como también los focos verdes y azules que van lanzando impactantes destellos. Magnífico el crescendo final donde predominó el azul celeste y unas estrellas rojas, ensoñadoras, que sobrevolaron el recinto. El cielo se nos acercó. Exuberancia repleta de sentimiento.
Al preguntarle por el recorrido del espectáculo, no concretó ninguna fecha. Sería una pena que este fulgor no atravesara fronteras, porqué este gran esfuerzo merece un éxito contrastado.
Previamente a la actuación del de Tàrrega tuvimos la fortuna de disfrutar con otro magnífico concierto, el ofrecido por Fe Baido, dúo compuesto por Björt Rúnarsdóttir (violoncelo y pedales) y Pau Robert (sintetizadores y casetes). Una propuesta analógica que debería hacer comprender, de una vez por todas, que la experimentación no está reñida ni con la musicalidad ni la armonía. Los paisajes sonoros creados por esta inspirada pareja, deberían desatascar los oídos de muchos supuestos melómanos a los que les da pánico enfrentarse al riesgo. Sencillez, preciosismo y gran técnica, fue lo que ofrecieron esta formación más que interesante. Felicidades.
El LEM Festival está entrando en su recta final, pero todavía ofrecerá suculentos platos hasta el día 28 de octubre. Un evento único que nunca debería desaparecer. Es de lo poco que queda en esta ciudad con cierto sentido. Reverencias para la organización e infinitas gracias por la acogida y la labor bien hecha.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.