Si fuésemos hormigas, el Sant Jordi Club sería una caja. Una inmensa caja de zapatos. Con nuestras antenas de hormiga reconoceríamos las paredes de piedra como la caja, la parte de ventilación como la tapa y pasaríamos en fila de hormigas indias a su interior, a beber en pequeñas jarras de cerveza y a bailar con nuestras seis patitas hasta el amanecer. Vaya, lo que hacen las hormigas todas las noches.
Quizás el día 13 de mayo, el Sant Jordi no fue una caja de zapatos, pero si fue una caja llena de música. De camisetas negras. De cadenas. De tatuajes en la parte alta de los brazos. De rubias con los ojos pintados. De morenas. De moteros. De estampados de tigre. De rock and roll.
El amo, dueño y señor de la Ciudad Condal volvía a casa y lo hacía acompañado de Los Bengala, dos chavales de Zaragoza que dejaron claro que no existe escenario suficientemente grande ni multitud a la que no pudieran ganarse con su rockandroll de melena suelta y camisas felinas. Presentaron su todavía nonato Año selvático, que verá la luz en septiembre de este año, y enloquecieron al personal con piezas de su primer disco Incluso Festivos (Dirty Water Records, 2015) como la increíble Máquina infernal o Jodidamente loco. Sudor, energía, voz, una técnica magistral a la batería y movimientos hicieron que pudieran retirarse del escenario con la sensación de haber más que cumplido con un público que se hubiera quedado a escucharlos toda la noche, pero el turno de el Loco había llegado.
La luz azul inundó el ambiente, comenzaron aplausos y vítores a un escenario vacío. Aun quedaba mucho por vivir aquella noche. Los aplausos se hicieron más potentes cuando una figura alta entró inalterable al escenario. Gafas de sol, tupé, de negro riguroso de no ser por las pecheras de estampado atigrado de la chaqueta, Loquillo había llegado al edificio. Salud y rock and roll fue la pieza con la que Loco se aclaró la garganta y saludo a la marea de cabezas que saltaban. Línea clara, canción de su anterior grupo Loquillo y Trogloditas, la siguió y con ella hizo vibrar al público con sus movimientos estudiados, El mundo necesita hombres objeto, así que qué va a hacer él.
Gallardo y calavera, A tono bravo sobre el escenario siendo plenamente consciente del efecto de su imagen sobre el público. Cuando los focos le iluminaban la espalda, Loco medía más de dos metros, era un gigante capaz de proyectar una sombra que crecía más allá de las paredes del Sant Jordi. Territorios libres y Planeta de rock hicieron retroceder a unos años de gomina, de puras fantasías de rock and roll donde las botas tenían más cuña, los cubatas más whisky y los besos eran más húmedos.
En las casi dos horas que duró el concierto no vivió un segundo en silencio, cuando Loquillo no está cantando, el público corea su nombre. El mundo que conocimos, El hombre de negro y Cruzando el paraíso se fueron encadenando hasta que pasó algo no muy convencional, Loco rompió la barrera invisible que lo separa del público para introducir su cover de Los Negativos, Viaje al norte, y recordar a su cantante y guitarrista Alfredo Calogne.
Tras ello sopló el Viento del este durante la semana más amarga de El rompeolas que todavía vivía en la Memoria de jóvenes airados mientras no podíamos despegar los ojos de los movimientos hipnóticos de el Loco encima del escenario. Como un vinilo que respira brevemente entre canciones, los temas brotaban de Loquillo uno tras otro. A pesar del calor de los focos y del ajetreo, se mostró impune a la temperatura y solo necesito quitarse la chaqueta con estampado de piel. Fue el único capaz de aguantar, pues los músicos que lo acompañaban abandonaron sus chaquetas y camisas antes de perder la pose de tíos duros y enloquecer en el escenario. Dos actitudes que contrastan, capaces de crear un verdadero espectáculo.
Carne para Linda, La mataré y Ritmo del garaje son los últimos tres temas de la cara A del disco que esa noche Loco pincha, ha llegado el momento de la cara B que no puede comenzar de otra forma que con los silbidos de un público que está ansioso por escuchar más. Loquillo vuelve acompañado de toda su Rock and roll actitud.
En El final de los días y Rusty son las piezas que preludiaron a la segunda intervención de Loco, una reivindicación a la figura de Jordi Évole. Loquillo es escueto, pero haba de aquello que realmente importa. Piratas sí, pero siempre señores.
Y tras ello la parte más remember de la noche, quizás la menos auténtica, pero desde luego la más coreada: Quiero un camión es el primer tema que realmente es capaz de crear una tensión entre la letra y el personaje que se dibuja a la luz de los focos. Esto no es Hawai, y la enorme triple F: Feo, Fuerte y Formal hacen entender que el fin del concierto se acerca y que ha llegado el momento de despegar.
Un breve paseo por las Calles de Madrid de la mano de una verdadera Rock&Roll Star, una estrella que hace 39 años se subía a su primer escenario en la Sala Tabú sin saber que le deparaba el futuro. Una estrella que hubiera sonreído con la más cínica de sus sonrisas si alguien le hubiera explicado aquella noche lo que sería su vida.
Y un Cadillac. El Cadillac solitario. El mejor coche del rock and roll en la mejor de las ciudades, Barcelona Ciudad. Un concierto que no se cierra, un concierto sin despedida, en el que Loco golpea el pie del micro y sale por la parte izquierda del escenario. Señores, Loquillo ha dejado el edificio.
Quizás, después de todo, no sea tan malo no ser una hormiga.
Autores de este artículo
Carlota Purple
Mario Olmos
Vinculado a la fotografía desde el siglo XX. En los últimos años he juntado mi locura por la imagen y mi pasión por la música. Me consideran fotógrafo, pero me defino como alguien que deja momentos congelados con la intención de provocar una reacción.