Se respiraba ambiente de expectación juvenil en los minutos previos al concierto de Nothing But Thieves en la sala 1 de Razzmatazz. Gargantas preparadas, zapatos listos para saltar y teléfonos móviles (tablets en el caso de los más exagerados) listos para inmortalizar los mejores momentos… Finalmente, esta impaciencia valió la pena.
La formación, comparada en multitud de ocasiones con proyectos como Foals o Royal Blood, combina contundentes y distorsionados riffs de guitarra con la reconocible voz del vocalista Conor Mason. Todo ello enmarcado en una barroca producción acompañada con altísimas dosis (por momentos sobredosis) de épica, hecho que les acerca conceptualmente a otra banda británica como Muse, a la que han teloneado en múltiples ocasiones. Prueba de ello es el tema Futureproof, con el que arrancaron la noche, y que se acerca al sonido del álbum Drones del grupo liderado por Matt Bellamy.
La balada progresiva Real love song sirvió para que la intensidad subiera, mientras que con Miracle, baby, Conor Mason exhibió todos sus registros tonales con la voz, mientras que Joe Langridge-Brown o, como le llamaban varios integrantes del público, “el doble de Kurt Cobain” se retorcía tocando su guitarra descolgada hasta la altura de las rodillas.
Desde su formación en 2012 en la costera localidad británica de Essex, Nothing But Thieves ha ido construyendo una sólida carrera como parte de la segunda generación de la escena post-punk revival que se ha plasmado en cuatros discos de estudio, su debut homónimo en 2015, el sólido Broken Machine en 2017 y el notable Moral Panic que ha llegado en dos fascículos en 2020 y 2021 (todos bajo editados por Sony Music). Entre su público congregado en la Razzmatazz de Barcelona, se mezclaban jóvenes que asistían a uno de sus primeros conciertos, con veteranos y veteranas curtidos en mil batallas.
Rock con compromiso social
En este último trabajo, la banda inglesa realiza una radiografía sobre la sociedad actual, retratando realidades como el proceso del Brexit en el Reino Unido, la figura de Donald Trump, el papel de la prensa sensacionalista y las redes sociales o la negación del cambio climático. De hecho, desde sus inicios, la banda ha sido muy vocal y abierta en cuanto a la crítica social, abarcando en su música toda clase de temas sociales y políticos, como demuestran temas como la expansiva Phobia o la contundente Unperson, ambas muy celebradas por el público.
Ya en la parte final llegó Is everybody going crazy, tema insignia de su último álbum en el que los falsetes de Mason a medio camino entre la ópera y el heavy metal brillaron con luz propia. Acto seguido, llegó el turno de I’m not made by design, que terminó por desatar la euforia entre los más jóvenes del público.
El cierre de la velada tuvo toda la dosis de épica que la noche prometía. Primero, con la estridente Amsterdam, que fue absolutamente vitoreada por el respetable y, después, la imponente Impossible, una grandilocuente balada que sirvió para que Conor Mason pudiera hacer gala por última vez de toda su potencia vocal.
Autores de este artículo
Pere Millan Roca
Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.