Mientras a esta bendita web le queden fuerzas, no cesará de invertir su preciado tiempo en compensar a cualquier tipo de melómanos, especialmente a los que la coyuntura comercial les priva de satisfacer sus oscuros gustos.
El Festival Fado Barcelona es de aquellos eventos poco promocionados que, sin embargo, dan prestigio a nuestra ciudad y son absolutamente imprescindibles para alimentar nuestra alma musical. Incidiendo en nuestras habituales costumbres, no podíamos faltar a la edición de este año que se presentaba muy jugosa. En primer lugar por la programación de un recital a cuatro manos de guitarra portuguesa y en segundo por la actuación que iba a protagonizar la prestigiosa fadista Raquel Tavares.
La primera función se saldó con un éxito rotundo. En principio, podríamos pensar que con tan solo un par de guitarristas portugueses, el aburrimiento estaba servido. Ângelo Freire y Luís Guerreiro se confabularon para que sucediera todo lo contrario. A su inmensa categoría como intérpretes, sumaron la colaboración de Bernardo Viana (viola) y Francisco Gaspar (bajo acústico) y un repertorio formado por diferentes cadencias rítmicas en el que fueron combinando solos y duetos, casi siempre con la colaboración de Viana y Gaspar, dos portentosos escuderos. Freire incluso canto un par de piezas tradicionales con una calidad envidiable. Él y sus compañeros en la viola y el bajo repetirían al día siguiente; no lo hizo Guerreiro. Cuando acompañan a cantantes, es costumbre actuar con una sola guitarra; aunque no siempre es así: Amália Rodrigues, por citar un ejemplo, solía acompañarse de dos. En definitiva, un extraordinario aperitivo para preparar el concierto estrella del Festival.
Volver
Hacía cuatro años que, por motivos personales, Raquel Tavares no subía a un escenario. Para evitar el ruido que podía comportar el sonado regreso, en su Lisboa natal, decidió hacerlo en España, país que adora y con el que tiene lazos familiares: su bisabuela era sevillana.
Siempre que nos ha visitado le apetece cantar Volver, tango compuesto por Carlos Gardel/Alfredo Le Pera que aquí popularizó muchos años más tarde Estrella Morente; de la hija del superdotado Enrique tomó prestados los acentos flamencos. Como ella mismo confesó, en esta ocasión, escogerla nuevamente, adquiría otras dimensiones, las que ocasionaron una emoción que la llevó al sollozo y a muchos de los presentes, tal fue la vibración del momento. Minutos antes había entonado Algo contigo (inspirada en la versión de Rita Payés), dupla alejada del resto de un espectáculo, quizá demasiado amplificado (quedó palpable cuando se desenchufaron), pero excelentemente coreografiado e iluminado con exquisito gusto.
Tradición y elegancia
Como tantas nuevas fadistas, Tavares también ha jugado con géneros más livianos (su disco interpretando a Roberto Carlos es maravilloso), aunque en este caso optó por volver a los orígenes de la música portuguesa y quiso regalar un concierto exclusivo de fado tradicional; el evento lo merecía.
Con el telón bajado se escuchan las primeras notas de Ângelo Freire y el primer suave canto de la lisboeta. Cuando los músicos, al completo, aceleran, el telón sube y el máximo esplendor de Lisboa (Hei-de beijar-te) arrebata a la platea.
La esbelta figura de la fadista (vestida con un bellísimo vestido negro) se pasea por tablas con una elegancia innata. Segura de sí misma, aparcando dudas y lanzando al cielo del teatro el precioso color de su potente poderío vocal. Tavares no canta hacia dentro como lo hacían sus predecesoras, pero a ver quién es el imprudente de ponerle un lunar a esa musicalidad embelesadora o a las pausas y cambios de tesitura con las que maneja todas las canciones; a callarse toca.
Mouraria estilizado es un ejemplo de fado alegre, al igual que Limão o O rapaz da camisola verde (con la que cerró la exhibición), sin embargo Raquel Tavares prefiere cantarle a las desgracias y a los desamores, esos fados que a un servidor le gusta llamar corta-venas. En este campo, se lució en Eu já não sei (que refleja una experiencia personal), la clásica Foi Deus (con la primera parte a capella e iluminada por un impactante foco blanco) y especialmente Meu corpo de su adorada Beatriz da Conceicão; si no la conocen ya tardan en buscar, un prodigio absoluto. Llegar al nivel de la insigne fadista de Oporto es una quimera, no obstante la homenajeó ataviada con mantón negro (así manda el canon) y con una clarividencia digna de todos los elogios posibles. “Meu corpo é um barco sem ter porto, tempestade de no mar morto sem ti”.
En la ceremonia (todo lo que viste de fado se merece esta acepción) también pudimos disfrutar de una espectacular Guitarrada de los tres músicos, para dar descanso a la estrella, de un set compuesto por cuatro temas, al modo como se haría en una Casa de Fado (Tavares quería que nos sintiéramos como en Lisboa) y la ya mentada demostración sin cables que levantó al público de sus asientos.
Raquel Tavares estaba temerosa al principio y eufórica al final. Superó la prueba de fuego con sobresaliente. Los espectadores, embelesados por tanta belleza acumulada, la despidieron en pie con una atronadora ovación.
Raquel: no vuelvas a dejarnos.
P.D: Durante las habituales tertulias post-concierto, pudimos charlar con Ana Coelho, Cónsul General de Portugal. Me preguntó de qué modo podía llevar un concierto de estas características al Palau de la Música Catalana, mi respuesta fue contundente: “la única solución es un lavado de cerebro generalizado”. Les juro que no se me ocurrió otra respuesta.
De todas maneras, no creo que ni ella ni el Festival Fado Barcelona quedaran descontentos del resultado. El próximo año más. Allí estaremos.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.