Durante casi tres lustros, el festival Say it Loud ha apostado por picar piedra para dar a conocer o potenciar géneros musicales (con la black music por bandera) que no acostumbran a presentarse en los circuitos comerciales. Su loable obsesión por alejarse de fórmulas prestablecidas o fast food es encomiable y mantenerse en primera línea, milagroso.
Para esta 14ª edición, el evento se ha mudado a la sala Paral·lel 62 (que estrena nuevos gestores) y se ha dividido en tres fechas, además de programar, en días intercalados, atrayentes actividades paralelas. Literatura, política y problemáticas sociales se abrazan con el prioritario compromiso musical. Atrevida apuesta sin redes publicitarias que arropen la posible caída; aterrizarán de pie, no se preocupen.
Soul, funk, rap, reggae y otros estilos (de los que invitan a dar un par de puñetazos sobre la mesa) procedentes de lugares tan dispares como Brooklyn, Ciudad del Cabo, Londres, Berlín, Barcelona o Santander, volvieron a reunirse en pos de luchar por la libre expresión, fortalecer lazos y plantar cara al sucio lucro.
Qualsevol Nit ha prestado atención a todo el festival, acudiendo a la segunda sesión donde funk y hip hop llevaron la voz cantante. Seis propuestas distintas y atractivas a la par.
De todo como en botica
No hay nada peor para un disc jockey que pinchar con la sala vacía (más tarde se resarció), pero alguien tenía que iniciar el festejo y el elegido fue Damián Botigué aka Karmasound. El de Buenos aires (afincado en Barcelona) acertó con los ritmos, siendo el preludio perfecto para dar entrada a la que, a la postre, sería la estrella de la larga velada: Melanie Charles.
Elegantísima, poseedora de una voz de aquellas que se clavan cual aguijón y excelentemente secundada por su teclista, la de Brooklyn ofreció toda una lección de cómo se debe conjuntar clasicismo y modernidad.
En tan solo una hora (esa fue la duración de cada una de los actos) comprimió todo su talento. Aptitud curtida desde lo más hondo del jazz espiritual y hermanada con potentes beats electrónicos, sin que, milagrosamente, nada chirriara. Supo cruzar la música de sus ancestros haitianos con standars tipo Perdido, tocar la flauta travesera admirablemente y rendir homenaje a Billie Holiday o Marlena Shaw con delicadeza y respeto. Dominar el estilo skat y samplear al mismo tiempo, no lo hace cualquiera. El arrebatado final nos dejó anonadados. Apta para cualquier empresa que se proponga.
Sin demasiado tiempo para recuperarse y justo a la hora de cenar, apareció en escena la contundente rapera sudafricana Yugen Blakrok. La artista criada en Ciudad del Cabo brindó un show que quizá pecó de quejumbroso y oscuro pero que, en varios momentos, alcanzó cotas de gran belleza. En parte por el magnífico trabajo del mezclador y un trompetista sabio que nos regaló las notas de calidez necesarias para que el áspero trago fuera más digerible. Muchas deidades masculinas del hip hop actual pagarían por ostentar la mitad del flow con el que esta misteriosa artista lanza sus duras arengas. Absorbente.
Las actuaciones se repartieron entre el escenario principal del recinto y una tarima justo en frente, lo que facilitó el enganche de los sets.
Otras de las razones por las que este festival resulta tan apasionante radica en su afán de redescubrir joyas olvidadas y descubrirnos valores desconocidos. Glen Henry aka Aqeelion, oriundo de Los Angeles, aunque residente en España desde hace más de dos décadas, llevaba mucho tiempo desaparecido. Por fin ha reaparecido con un EP titulado TOP PAPI y la organización tuvo el acierto de rescatarlo. En perfecta sincronía con el productor y selector español Griffi se sacó de la chistera un show bailable y revitalizador en el que no tan solo destacaron sus facultades para rapear, sino también sus dotes de cantante. Conjugó funk con chispazos de reggae para excitar a un público ávido de mover las caderas. Señor Henry: no vuelva a esconderse, se le necesita.
Terminada la función del angelino/español, nos aposentamos para escuchar la apuesta vintage de la noche: los berlineses Jazzanova. Esta formación, fundada en 1995, no innova, sin embargo, escucharla produce un placer espectacular, tanto por el buen gusto que desprenden como por la brillante ejecución de su repertorio. Un ramillete de canciones deudoras del mal llamado sonido soft-funk, aquel que bordaban los maravillosos Steely Dan o destacados miembros de la factoría del acid-jazz de finales de los ochenta y principios de los 90 como Brand New Heavies o Galliano, por citar un par de ejemplos sobresalientes. A este subyugador género le añaden gotas de latin y algún que otro chispazo del genuino afrobeat de Fela Kuti para crear una sinfonía encantadora. El toque de sofisticación que necesitaba el festejo para ser del todo redondo.
Cruzada la una de la madrugada y cerrando la cautivadora y poderosa función, cogió los mandos Tash LC. Imposible resistirse, aunque el cansancio ya estaba haciendo mella, al terremoto de soca electrónico que lanzó, sin remisión, la emergente y talentosa DJ londinense. Una figura a tener muy en cuenta en los próximos años y a la que esperamos volver a ver pronto.
Broche dorado a la segunda partida programada por un festival que merece la mayor ovación posible. Felicidades.
P.D.: La tentación venció al agotamiento y también asistimos a los espectáculos del día siguiente. Destacaron por encima de todos el fabuloso set del cántabro Roberto Sánchez (acompañado de Inés Pardo y el incombustible Benjammin) y la brutal exhibición de The Gramophone Allstars Big Band, quienes presentaron una renovada sección vocal de aúpa. Sensacionales.
Autores de este artículo

Barracuda

Miguel López Mallach
De la Generación X, también fui a EGB. Me ha tocado vivir la llegada del Walkman, CD, PC de sobremesa, entre otras cosas.
Perfeccionista, pero sobre todo, observador. Intentando buscar la creatividad y las emociones en cada encuadre.