Decíamos que en Sónar de Día hay personas del futuro. Pero su versión nocturna no se queda corta. Una conocida marca de bebidas alcohólicas habla de Neil Harbisson, el cyborg. Que nació viendo todo en escala de grises y gracias a la antena que tiene implantada en la cabeza puede escuchar los colores. O de Carla, cuya lucha contra los plásticos define su vida.
Diversas criaturas invadieron L’Hospitalet el pasado viernes y sábado. Y en ambos sentidos de la palabra: había seres extraños, venidos de otros mundos, entes con ropajes solo aptos para este festival; y había chiquillas y chiquillos, recién inaugurados, nuevas generaciones con ganas de perreo. Había, incluso, gente que reunía las dos acepciones. Quizá alguno de esos bebés que bailaban los temas latinos que pinchaba Fake Guido —algunos molaban y otros eran de Abraham Mateo— eran hijas e hijos de los primeros fans del Sónar. Con 26 ediciones a sus espaldas es posible. Cogido por los pelos pero los números salen. Y reflexionando sobre las problemáticas a las que se tuvieron que enfrentar los organizadores este 2019, pensé… ¿Podrán mis hijos ir al Sónar? Dice Miquel Molina, director adjunto de La Vanguardia, que el riesgo no es tanto que el festival deje Barcelona como que una franquicia evolucione mejor que la sede original.
“Ya no se trata tanto de que el Sónar pueda irse como de que la sede principal se estanque (ya sea por el escaso apoyo público o por el propio decaimiento de la ciudad) mientras que los otros Sónar crecen. La internacionalización puede entonces dejar de ser una ventaja. Lo mismo podría pasar con el Primavera Sound, que estrena en el 2020 su ambiciosa edición de Los Ángeles. La entrada reciente de inversores extranjeros como socios de los festivales catalanes, que ha reforzado su músculo financiero, puede al mismo tiempo incrementar ese riesgo de externalización, si las cosas no se hacen bien.”
Pero nadie en el Sónar de Noche tenía intención de rayarse. De hecho, todo lo contrario. Bad Bunny, clarísimamente la estrella de la noche y del festival, derrochó hedonismo por todos los poros. ‘Estamos bien, sobran los billetes de cien, no hay nada malo, estamos bien, está todo bien, todos los míos están bien, estamos bien, no te preocupes, estamos bien’, se canta con júbilo encima y debajo del escenario. Con un subidón máximo desde la primera canción, su concierto fue la culminación del poder latino y, para desgracia de muchos, la prueba definitiva del éxito de lo urbano. Llegados a este punto, es inútil huir del reguetón. Underworld, Acid Arab o Disclosure le dieron al Sónar de Noche el fuel que necesita para moverse, es decir, electrónica, pero el carro no se hubiera movido si no se le hubiera puesto aceite, es decir, reguetón.
Autores de este artículo
Paula Pérez Fraga
Víctor Parreño
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