Aunque nació en Beaumont, Texas, Jesse Dayton se siente muy arraigado a México, de ahí que utilice el inventado gentilicio de ‘texicano’ para autodefinirse; su música fronteriza, de aliento blues, country o honky tonk lo refleja plenamente.
La mayoría del público asistente iba a ver al renacido Wilko Johnson y, quizás, no conocían la entidad del primer artista en salir a escena. Aun así, a medio concierto del tejano, la Sala Apolo barcelonesa presentaba un excelente aspecto. Las cosas de la logística que presentan a veces las giras, hizo unir a los dos guitarristas en el mismo show, porque considerar a Jesse Dayton como telonero raya el insulto. Alguien que tiene de referentes a Doug Sham o Jerry Lee Lewis, y ha grabado con Waylon Jennings, Willie Nelson o Johnny Cash, hay que tomarlo muy en serio. Su presencia en este tour resultó ser un auténtico regalo, llegando a superar en todos los terrenos a la supuesta estrella de la noche. Lógicamente la diferencia de edad y los problemas de salud del ex Dr. Feelgood juegan a su favor, pero si hablamos únicamente de prestaciones artísticas, se llevó el duelo de calle. Desgraciadamente su set fue más corto que el acostumbrado, si lo hubiera hecho entero estaríamos hablando, en el mes de febrero, de uno de los conciertos del año, aunque dudo mucho que alguien pueda superar esa hora arrolladora.
Dayton, acompañado de contrabajo y batería, que presentaba la grabación en vivo On fire in Nashville (Blue Elan records, 2019), le sacó mucho lustre sobre todo a su antepenúltimo álbum The revealer (Blue Elan records, 2016) con el cual inició una exhibición salvaje. Daddy was a badass, Holy ghost rock n roller y The way we are (piezas que encabezan dicho disco) fueron un estilete rabioso lleno de furia y calidad, el precio de una entrada. Continuó con el cover de Mike Stinson, May have to do it (don’t have to like it), perteneciente a The outsider (Blue Elan records, 2018), disco al que no dio tanto protagonismo, quizás a sabiendas de la desventaja frente al antecesor y a su obra en general. No queremos despreciarlo, contiene temas demoledores, Hurtin’ behind the pine curtain, sería un buen ejemplo, no obstante, el resultado final es algo inferior al resto.
Si dan una ojeada a las listas de los mejores discos del año, no encontrarán prácticamente nada de rock norteamericano, un error incomprensible al que ya estamos acostumbrados. Ni la buena cosecha de 2018 servirá para reivindicarlo ni para traer a este país tan campechano artistas del denostado estilo, por eso, justamente, la presencia de Jesse Dayton ha sido tan importante. La sencillez de su música es su atractivo. ¡Cuánto con tan poco!
La audiencia estaba ansiosa por ver aparecer al portentoso y legendario músico británico, aunque era evidente que no iba a superar las prestaciones del de Texas. Así sucedió.
Volver a ver a Wilko Johnson sobre un escenario, después de ser desahuciado hace seis años por padecer un cáncer de páncreas, es un milagro. Primeramente, se impone un gran aplauso de reconocimiento al esfuerzo y una demostración de alegría por la fantástica recuperación, pero debemos ser objetivos y no podemos engañar al lector. Johnson está lejos de ser el artista que fue, ya no puede cruzar a lo largo las tablas blandiendo la guitarra velozmente, ha perdido voz, va justo de fuerzas. Sin embargo, ese arrojo del que hablábamos y por encima de todo, sus compañeros de viaje, consiguieron dejar en aprobado lo que ocasionalmente no llegó al suficiente.
El de Canvey Island salió algo despistado, hasta el punto de tener que repetir el inicio, a destiempo, de I love the way I do, tema incluido en Blow your mind (Chess Records / UMC, 2018), el retorno a los estudios después de su exitosa colaboración con Roger Daltrey de 2014. Siguió sin coger el tono en la pretérita If you want me, you’ve got me, por suerte a la cuarta fue la vencida y en Going back home comenzó a enchufarse; el precioso cable rojo en forma de gusano, conectado al instrumento, pudo facilitar la jugada. En el reggae Dr. Dupree sus dedos no se movieron con demasiada agilidad, obligándose a acudir a Roxette (Lee Brilleaux la gozó en la gloria), y When i’m gone para salvar los muebles.
Norman Watt-Roy, uno de los mejores bajistas de la historia del pop-rock, y compañero de fatigas desde la época de los Blockheads de Ian Dury, estuvo pendiente de todo lo que sucedía, fue su mano derecha, la izquierda y todo el cuerpo, absolutamente brillante. Donde no llegaba Wilko, allí estaba él, imponente como siempre, tanto en los solos como en el acompañamiento. Howe Dylan, no le fue a la zaga, juntos elevaron el listón considerablemente. Wilko Johnson es consciente de ello afirmando rotundamente que sus amigos son mejores músicos que él, en estos momentos tiene toda la razón, sin ser unos mozalbetes, están más en forma.
Back in the nighty y Bye bye Johnny, fueron los postreros fogonazos. Ovación y respeto merecidos.
Wilko puso la emotividad y Jesse la calidad. Pugna en la que el indiscutible vencedor fue un estilo genuino y firme ante el ataque de los fútiles inventos mercantiles.
Una velada de rock’n’roll simple y fiero, cómo mandan los cánones.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.