No se asusten por el título de esta crónica, Marco Mezquida, no añadió rumba carcelaria al de ya de por sí ecléctico repertorio. Sus facultades interpretativas le permiten jugar con lo que le plazca y gozar de esa libertad que utiliza para adjetivar su estilo.
La imposibilidad de contratar artistas foráneos, ha convertido a Mezquida en cabeza de cartel del festival. Tampoco se hubiera situado muchos escalones por debajo de ellos si estos hubiesen asistido, ya que en estos momentos el status de estrella del balear es incuestionable. Subiendo como la espuma, tanto en prestancia como en popularidad, Marco arrasa dondequiera actúa, dejando siempre un rastro imborrable. Su categoría y seguridad le ha permitido realizar otro triple salto mortal, y la sala BARTS fue testigo de la proeza.
Talismán
La primera parte del recital tuvo como protagonista su último e intimista álbum Talismán (Galileo Music Communication, 2020) más un par de añadidos. Mezquida contó con el mismo equipo de la grabación para desarrollarlo: Martín Meléndez (cello) y Aleix Tobías (percusiones), lujosa dupla.
El lirismo de la pretérita El cielo en tus brazos (2016) se ensambló con la novedosa No passis pena (de influjos impresionistas), dando comienzo a una velada pletórica. Los privilegiados dedos del intérprete son capaces tanto de deslizarse suavemente, como de ejecutar virguerías malabares, en ambas coyunturas corroboró su destreza. En este primer tramo, no hubo desperdicio: Vientos Eliseos fue un puro canto a la naturaleza; Carpe Diem nos llevó hacia Arabia; saboreamos Trenzas, un bolero-son en tono jazzy y sollozamos con la melancolía rítmica y cristalina de Es jardí de ses ànimes. Antes de cerrar tanda con la apasionada Serotonina, Marco Mezquida introdujo el Ravel string quartet in F II, extracto de Ravel’s dreams (2017). Precioso suplemento para completar la interpretación de su reciente obra.
En el intervalo, el director artístico del evento, Joan Anton Cararach, mantuvo un breve diálogo con el artista, quien nos habló de su atrevida propuesta y de sus actuales proyectos, responsables del fértil momento vital y artístico por el que atraviesa. Terminada la charla apareció Ludwig van Beethoven.
Beethoven Collage
¿Se pueden desestructurar las composiciones de Beethoven insuflándoles jazz? Mezquida puede. Nuestro protagonista confesó lo dificultosa que significó la tarea. A pesar de los problemas encontrados, el resultado es, aunque un tanto chocante, valioso. Buena parte del logro conseguido la tuvieron sus escuderos: Masa Kamaguchi (contrabajo), David Xirgu (batería) y Pablo Selnik (flauta), un combo sin fisuras.
Destacaron la Obertura Coriolan (fastuoso Xirgu), el tercer movimiento de la 7ª Sinfonía (rotundo Kamaguchi) y el brioso final con el primer movimiento de la 5ª Sinfonía. El genio nacido en Bonn hubiese aplaudido este experimento clásico-romántico cruzado con free jazz.
Marco Mezquida nos tenía preparada una sorpresa: Silvia Pérez Cruz. La de Palafrugell ofreció un corto pero intenso popurrí marca de la casa intensamente aplaudido. Bonito detalle.
Chicuelo – Mezquida
Por desgracia, el segmento correspondiente al guitarrista Juan Gómez, Chicuelo y al percusionista Paco de Mode, se redujo ostensiblemente debido al nocivo toque de queda. La autoridad pertinente o impertinente (acertado comentario de Cararach) siempre lleva la razón, aunque esta sea disparatada. Y fue una pena, porqué sin desmerecer el resto del show, fue, a mi entender, lo mejor. Pasión, estremecimiento y calidad interpretativa para redondear dos horas embrujadoras. Chicuelo es un gigante y Paco de Mode un portento. Su asociación con el pianista no ha podido ser más fructífera y volvieron a dar muestras de ello. Tremendos tanto en Romesco como en Sin espinas, y arrebatadores en Al sol, un broche dorado.
Marco Mezquida, rodillas en tierra, agradeció de corazón la generosa cooperación de todos sus músicos acompañantes mientras la sala, puesta en pie, aplaudía estentóreamente. Teclas libertarias como ofrenda al mundo en que vivimos.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.