Lleno absoluto para recibir en Barcelona a Los Chichos en su gira de 50 aniversario de una historia que no parece tener final, a pesar de los numerosos avisos de que se van a retirar y de que la naturaleza y el tiempo hacen su imparable trabajo de demolición, mal que nos pese.
A pesar de ello, noche de celebración que se respiraba en el ambiente, ya en la cola para acceder a la sala. Público intergeneracional, con un gran número de jóvenes que se alineaban para poder entrar y ver en directo a los padres de tantos músicos que llenan estadios y que representan su relevo, como Estopa o Rosalía.
Hace muchos años que se fue la fuerza creadora que hizo de Los Chichos un referente. Se evaporó aquella noche de 1995 en que Juan Antonio Jiménez Muñoz, conocido como Jero o Jeros, o como “el de en medio de Los Chichos” decidió dejarse caer de espaldas desde la terraza de su piso para poner fin a su vida. Vida azarosa, lastrada por depresiones, muertes de familiares y, claro, por la droga, que hizo estragos en aquella generación.
El creador de Quiero ser libre falleció ya hace casi 30 años. Pero, a pesar del tiempo y de los cambios, sus canciones siguen siendo historia viva, oral, que se transmite entre generaciones, porque hay cosas que no cambian. Siempre habrá quien esté arriba y quien se encuentre abajo y no se consuele con las migajas.
Jero se fue y fue sustituido por Emilio González García, Júnior, el hijo de Emilio, uno de los dos hermanos González Gabarre, que, junto a Julio, conformaban el grupo original y que siguen compartiendo el legado. Nada que objetar, pues, ya que eran los copartícipes y merecen seguir transmitiendo aquello que ayudaron a crear.
Comentaba que la vida realiza, inmisericorde, su trabajo de demolición. Y así se pudo apreciar en Emilio, que se retiró poco antes del final, vacío, tras el esfuerzo de la velada. Su hermano, Julio, por el contrario, aguantó escenificando pases de baile, acompañando su cante con instrumentos de percusión y solazándose ante los comentarios laudatorios; un figura, vamos.
El más joven del grupo, Júnior, se erigió en voz principal de la banda, no sólo aportando su voz robusta en las canciones, sino haciendo de portavoz del grupo. Me imagino que para él sería una ocasión especial, teniendo en cuenta que la primera actuación en la que ocupó el micro central fue en Montjuïc.
El concierto fue una fiesta, con bailes, emoción y lágrimas. Las letras que nos identificaban y lo siguen haciendo golpeaban con la rudeza de la supervivencia en el extrarradio. Y la música, con banda de lujo, cinco músicos y dos coristas, generó una máquina del baile que sólo se detuvo un momento ante unos innecesarios solos de los músicos participantes, a la mitad de la función. Prescindible ese momento de lucimiento individual, pues en el desarrollo de la noche ya dejaban clara su solvencia en la reconstrucción de los temas, con especial mención al bajista, que nos ofreció una cadencia que conjugaba a la perfección ritmo y melodía.
Podríamos decir que El Vaquilla, Ni más ni menos y Quiero ser libre fueron los momentos de mayor comunión entre músicos y audiencia, pero lo cierto es que toda la noche fue una absoluta celebración. Celebración de los desheredados, de los rebeldes, de los pobres. 50 años después, las canciones de Los Chichos siguen siendo tan necesarias como el día en el que aparecieron. Y ello dice tanto del valor de su legado como de la sociedad en la que vivimos.
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1 comentario en «Los Chichos: El legado del arrabal»
Los Chichos Siguen siendo muy Grandes , para mi los mejores ,el legado de la primera formacion es innegable y sigue sonando muy bien ,hay que tener muchos cojones para estar subidos a esa edad en un escenario y encima hacerlo muy bien OS QUIERO¡¡¡