En la música, como en la vida, a menudo resulta más complicado gestionar el éxito que el fracaso. Mientras que tras un revés se tiende a una revisión de los propios actos o decisiones, el acierto acostumbra a ser traicionero, pues puede llegar a enmascarar carencias o errores que quedan escondidos por ese componente inefable de la vida que es la suerte. Existen cientos de ejemplos de bandas que han roto todas las expectativas triunfando en un primer momento y, acto seguido, se han desinflado hasta casi desaparecer. Es lo que se conoce popularmente como un ‘one-hit wonder’, concepto que se usa para catalogar a los artistas cuya popularidad se basa en una sola obra.
Los alemanes Milky Chance están en una fase de su carrera en la que intentan huir de esta complicada etiqueta. Este jueves, en la presentación de su tercer álbum de estudio Mind the moon (Universal Music, 2019), Clemens Rehbein (voz principal y guitarra), Philipp Dausch (voz y guitarra) y Antonio Greger (bajo y guitarra) demostraron ante una entregada sala Razzmatazz de Barcelona que van por el buen camino.
El show de Milky Chance tuvo todo lo que un espectador puede pedirle a su banda favorita. Un inicio potente, proporcionado por las influencias afrobeat de Fallen, uno de los cortes más pop del último álbum de los de Kessel. Una gran comunión entre público y artistas, como se demostró con las continuas secuencias de palmas protagonizadas por un respetable muy participativo. Momentos más intimistas, como los que se vivieron durante la interpretación de la azucarada balada Loveland. Y una gran apoteosis final, protagonizada con un bis contundente y festivo.
Hasta el momento, el éxito de Milky Chance se ha basado en lo que musicalmente se ha definido como electro-folk: Canciones directas con un esqueleto de base ‘folkie’, vestidas con ritmos de inspiración jamaicana cercanos al reggae y al dub. Todo, envuelto en el marco de una cuidada estética sonora electrónica, que brilla en un casi inamovible mid-tempo y que forma el mejor ecosistema posible para el lucimiento vocal del carismático barítono Clemens Rehbein.
Un territorio, a medio camino entre la canción de hoguera y el sonido más bailable y discotequero, que en 2013 les brindó su mayor éxito hasta la fecha: la canción Stolen Dance, uno de esos temas que se incrusta en la mente de uno y habita en ella durante semanas, meses e incluso años. Este hit, que como single de su disco de debut Sadnecessary (Lichtdicht Records, 2013) fue número uno en las listas más prestigiosas de todo el mundo, los catapultó desde la habitación de un piso de estudiantes en la que componían hasta los escenarios de festivales internacionales en tiempo récord. Ya en 2020, Milky Chance parece haber asentado encontrado definitivamente una identidad musical propia, en la que es tan destacable su simpleza lírica y narrativa, como su capacidad de crear ritmos irresistiblemente bailables.
Prueba de ello es que Fado, primer single de su reciente Mind the moon, fue recibido con gran entusiasmo entre los asistentes y sirvió para desatar una gran fiesta colectiva, que convirtió la sala Razzmatazz de Barcelona en una auténtica pista de baile. A continuación llegaron Blossom y Cocoon, dos piezas melódicamente muy pegadizas pertenecientes al segundo trabajo de la banda titulado también Blossom (Universal Music, 2017). Un álbum bastante maltratado por la crítica, hecho que no pareció preocupar demasiado a los asistentes este jueves en Razzmatazz. Seguidamente, y sin ni un segundo para el respiro, los alemanes enlazaron este doblete con Down by the river, una especie de canción de autor con tintes electrónicos, que sonó más potente y oscura de lo habitual gracias a una exhibición de Antonio Greger con el bajo.
Ayudados por un cuidado juego de luces y proyecciones, Milky Chance presentaron varios de los temas más destacados de su último trabajo. Entre ellos la psicodélica Daydreaming, grabada originalmente junto a Tash Sultana y en la que la ausencia de la voz de la australiana dejó un vacío importante, o The Game, corte de amplias influencias reggae, que reflexiona sobre el concepto de seguir las reglas del juego en la vida. El momento más íntimo de la velada llegó con Loveland, magnificada por una interpretación estelar de Greger a la armónica que significó el toque más folk de la noche.
Un intimismo que ejerció de previa para el frenesí final. Primero con Flashed Junk Mind, uno de los cortes inolvidables del Sadnecessary y después con la mencionada Stolen Dance, hit de dimensiones mundiales interpretado a medias por la banda y su público. Tras un amague poco convincente de marcharse, Milky Chance dio paso a un bis realmente frenético.
La contagiosa Ego, puso de nuevo al respetable a tono tras el parón. La siguió Running, la canción más rápida de la discografía de los alemanes que desató la locura en Razzmatazz. Finalmente, cerró el concierto Sweet sun, otro de los temas más bailables de la banda, que actuó de colofón final de una actuación muy completa, en la que demostraron personalidad y en la que no faltó energía y entrega.
Hay muchas bandas que intentan huir de la etiqueta de one-hit wonder, pero ojalá todas lo hicieran con la convicción que demostró este jueves Milky Chance.





Autores de este artículo

Pere Millan Roca

Montse Melero
Hacer fotos es la única cosa que me permite estar atenta durante más de diez minutos seguidos. Busco emoción, luces, color, reflejos, sombras, a ti en primera fila... soy como un gato negro, te costará distinguirme y también doy un poco menos de mala suerte.