El concierto de Richard Bona y Alfredo Rodríguez Band, era, sin temor a equivocarnos, uno de los puntos álgidos del 53 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona. Cada vez que el virtuoso bajista camerunés nos visita, el revuelo está garantizado y si lo hace con su compay cubano, el efecto se engrandece.
Probablemente no les haría falta ningún aval, dada su categoría como instrumentistas (los senegaleses adoran a Bona cual deidad), sin embargo, que un tal Quincy Jones les escogiera para formar parte del Gumbo Jumbo All-Stars, les dio visibilidad internacional y potenció sus lazos artísticos.
No debemos hurgar demasiado si queremos deleitarnos con el sabor de la entente afrocubana: con tan solo visionar Raíces, video promocional de la pareja, apreciaremos la profundidad del enlace. Este mismo año también podremos seguir las pertinaces investigaciones de Chucho Valdés, padrino del festival. Las muestras son infinitas y de inigualable valor cultural. Tradición vivificante.
El heterogéneo colorido sonoro estaba dispuesto, sólo hacía falta acreditar su eficacia.
Descargas, alardes e intimismo
En la habitual presentación, el director artístico del festival, Joan Anton Cararach, nos iba a revelar un secreto: Richard Bona cumplía años ese mismo día, concretamente 54. El público, que abarrotó la Barts, correspondió al bajista africano cantándole, al unísono, el Happy Birthday de rigor. Bona, con su sonrisa a lo Louis Armstrong, recibió el halago satisfecho y cortésmente.
El espectáculo, inmejorablemente sonorizado, comenzó con una potente descarga de puro aliento africano a la que se le sumó, al instante, un poderoso “tumbao” de Alfredo Rodríguez, primera muestra de fraternidad. En ella destacaron Denis Rodríguez (trombón) y Carlos Sarduy (trompeta), dos sopladores con ímpetu y clase. Le siguió una dilatada versión de ¡Ay! Mama Inés en la que pudimos escuchar los primeros alardes de los músicos del combo. Tras Inés llegó el primer parón rítmico.
Una precisa introducción de bongó a cargo de José Montaña, quien junto al baterista Ludwig Afonso se encargaron de las percusiones, precedió a la presentación de la brava formación y a Gitanerías, hermoso tema de perfil clásico y algo aflamencado. ¿Se imaginan a Paco de Lucía haciendo arabescos con un bajo eléctrico? Pues algo similar se atrevió a concebir el desenvuelto instrumentista africano. Jacarandoso y estupendo cantor, como demostró minutos más tarde en la exquisita Eyala.
Sube y baja
Cuando suben al escenario dos virtuosos, es prácticamente imposible que no den rienda suelta a su pericia. El inconveniente se exterioriza si esta demostración resulta fatigosa. Richard Bona estuvo muy contenido toda la noche, no así su colega cubano. Rodríguez hace lo que quiere con las teclas (incluso agradecería un añadido) pero se recrea tanto en la suerte que su discurso pianístico resulta, a todas luces, excesivo. La calidad no se discute, únicamente podemos reprocharle esas ganas de atizar el fuego inútilmente. Maestría escasa de músculo.
No negaremos la gracia ni la eficacia de la función (nos pelearíamos con el 95% de los presentes), no obstante, podemos plantear algún pormenor: además de las exhibiciones mentadas, la disposición del repertorio se convirtió en una especie de montaña rusa, dados los constantes cambios de ritmo, los parones (innecesarios) en pos de animar a la audiencia y ciertos soliloquios triviales del camerunés, por otra parte, excelente maestro de ceremonias. Él se encargó de levantar de sus asientos a toda la hinchada y hacer mover sus caderas sin descanso.
Del Bilongo al triunfo
Con la inmarcesible Bilongo y su conmovedor hit Raíces (Roots), encauzaron un final trepidante. Si ese estruendoso cierre, rebajado con una penetrante Alfonsina y el mar (Bona luciendo falsete), hubiese sido la tónica general, el triunfo cosechado se habría redimensionado. Acentuando la síncopa del son montuno cosecharon los mejores frutos, desbancando cualquier tipo de diatriba. No fue así, aunque poco importó. Todo el teatro ovacionó, atronadoramente, a los artistas en la conclusión de un acto al que nadie le apetecía ponerle candado.
El primer concierto presentado en la sala Barts por el 53 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona, enardeció a una multitud decidida a derrumbar los problemas pandémicos danzando sin parar y con Bona y Rodríguez como seguro de vida. El final de la mascarada parece llegar a su fin o eso esperamos. Que así sea.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.