A pesar de seguir manteniendo el apellido, a Ronnie Spector no se le puede mentar ni un segundo el nombre de su ex marido. Phil Spector, uno de los más grandes productores en la historia de la música popular (creador del deslumbrante y avasallador Muro de sonido), ese genio dañino que estuvo a punto de arruinar la vida de nuestra valiente protagonista. Un problema parecido al sufrido por Tina Turner con el también prodigioso guitarrista e impresentable Ike Turner. Las dos se sobrepusieron a las sinvergonzonerías de sus parejas y se labraron una carrera digna, alejada de ese par de ególatras zumbados. Nunca grabaron nada parecido, en cuanto a calidad musical sin ellos al lado, pero sus vidas adquirieron un color bastante más cristalino. Ronnie no ha podido competir con la esplendorosa Tina, pero con empeño consiguió ganarse el respeto de figuras consagradas como John Lennon, Joey Ramone o Bruce Springsteen. A los 74 años mantiene esa ansia de aplausos que la llevó a ser artista y sentir orgasmos al pisar un escenario (según sus propias palabras). No sabemos si tal circunstancia se hizo realidad en las tablas de la Sala Apolo, aunque la cara de henchida satisfacción mostrada al finalizar la velada, dio muestras de que en su primera visita a Barcelona gozó de lo lindo. El público agradeció con sonoros aplausos una sonrisa nada fingida.
Minutos antes de la apertura de puertas del local, los corrillos departían sobre si el nivel de la banda acompañante y el estado vocal de la neoyorquina Veronica Yvette Bennett, alias Ronnie Spector, estarían a la altura. Al minuto del comienzo, la primera duda había quedado disipada: pese al refuerzo de la sección de metales, Los Fillos, (oscurecida por una mala amplificación) los cuatro elementos restantes no estuvieron a la altura. Mejoraron en entidad conforme avanzaba el concierto, pero ni eso fue suficiente. Tocar música con cincuenta años de antigüedad no debería hacerse como si el tiempo no hubiera pasado. Aquello sonaba viejuno, apolillado, sin fuerza, erosionado. Los primeros soliloquios del teclista recordaron más a una orquestina de fiesta mayor que a una banda de rhythm & blues. Les recomiendo visitar a la Barcelona Big Blues Band del gigante Ivan Kovacevic o los A Contra Blues de Jonathan Herrero cualquier domingo en el Jamboree Jazz, notarán la diferencia. Ronnie Spector en cambio no defraudó. Su voz acusó algún temblor motivado por el paso del tiempo, sin embargo, mantuvo el tipo luciéndose especialmente en How can you mend a broken heart de The Bee Gees o arriesgando con You can’t put your arms around a memory de Johnny Thunders, ahí se apuntó un enorme tanto. No estuvo muy fina en Back to black, homenaje a su admirada Amy Winehouse, defendiendo con un nivel aceptable el repertorio más clásico. Baby I love you, Do I love You, Walking in the rain o Be my baby, son himnos inmarcesibles, creaciones para tararearlas, aunque no sean interpretadas en las mejores condiciones. Las dos Ronettes acompañantes permanecieron en un discreto segundo plano sin provocar algarabía ninguna, esos coros candorosos, marca de la casa, quedaron evaporizados. Acaso en la maravillosa So young, o trasformadas en The Raelettes entonando un pomposo What I’d say (ilustrado con hermosas fotos de su etapa más florida), remontaron algo el nivel, discreto en la mayor parte del tiempo. Y de aquel sonido inventado por Harvey Philip Spector, ni rastro, por supuesto, si bien, eso ya lo sabíamos de antemano.
Los corrillos aparecieron de nuevo al final de la noche: “mejor de lo esperado”, opinaban unos; “ella se conserva estupendamente”, afirmaban otros; “ha sido bonito verla por primera vez”, una opinión generalizada.
La nostalgia por algo amado y que no retornará puede hacerte ver las cosas de manera demasiado positiva, obscurece la realidad, pese a todo rejuvenece. Una hora y media es suficiente para henchir ese corazón entristecido. Contemplar su melena (postiza o no) valió la pena.
‘They say our love is a teenage affection, but no one knows my heart direction’ (So young – The Ronettes, 1964)
Autores de este artículo
Barracuda
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.