Todavía con el recuerdo de aquella gloriosa presentación, en enero de 2020, de Los cielos cabizbajos en la misma sala [2] de Apolo, volvíamos a encontrarnos con los excepcionales Lagartija Nick. En aquella inolvidable perfomance Antonio Arias (alma mater de la formación) desempolvó la escalofriante obra que su hermano Jesús había dejado inacabada. Transcurridos tres años desde aquel salto sin red, Antonio vuelve a jugar más fuerte si cabe.
Enfrentarse al poemario surrealista de Luis Buñuel (que no publicó en vida) sólo pueden hacerlo artistas con inquietudes, transgresores y a quienes les importa poco las listas de éxitos y el dinero fácil. En este sentido y situados en el panorama actual, Arias y los suyos aparecen como la única posibilidad de rescatar tan fascinante legado.
El perro andaluz (Montgrí, 2022) es un álbum prodigioso, de aquellos que no buscan la inmediatez sino la posibilidad de ser inmortales, como casi todo lo que han creado los Lagartija en su periodo de madurez. Lo forman nueve composiciones (un par de ellas dividas en dos segmentos) que invitan a introducirte en un mundo surreal, onírico, rasgos distintivos del genio de Calanda vistos por el prisma de un grupo que Enrique Morente no escogió, para edificar su Omega, por mera casualidad.
Lo adquirimos en la sala pero tan solo pudimos escuchar, de él, Me gustaría para mí (Las libélulas). El show basado en el álbum ocupará otra fecha.
Redondeando lo que prometía ser una experiencia inolvidable, les secundó, en la función, el proyecto ideado por el ecléctico dúo catalán Za! y el cantaor de Utrera Perrate. Tal como reza el nombre del festival, nos esperaba una noche grande de rock y palmas.
Mezcla redundante
Puntuales y con la sala bastante repleta (no se llenaría más) aparecieron Pau Rodríguez, Edi Pou, componentes de Za! acompañados del cantaor utrerano Perrate.
La fusión flamenca con la electrónica y otras veleidades, está a la orden del día. Un conjunto indisoluble, nada novedoso, en el que predominan más los fallos que los aciertos. El proyecto de Za! Y Perrate se hallaría a medio camino.
Deficientemente sonorizados y pasados de volumen, mezclaron sonidos abruptos mal adaptados con descargas latin-groove cargadas de la energía de un Tito Puente. En este frente destacó Perrate tocando los bongós y cantando a buen tono, su afición por el bolero, el son o la copla, no son desconocidos. El de Utrera fue lo mejor de un show muy aplaudido, aunque, en mi opinión, algo anacrónico. De todos modos fue un buen punto de arranque para lo que vendría posteriormente.
Sobreponiéndose a la cacofonía
Creíamos, inocentemente, que el sonido mejoraría con la presencia de los granadinos, de entrada no sucedió así. Antonio Arias (bajo de seis cuerdas), Juan Codorniu (guitarra), Eric Jiménez (batería) y JJ Machuca (teclados), salvaron, con su sabiduría y compromiso habitual, un concierto que se podía haber ido al traste por la marrullería sonora (no confundamos el desgarro con estrépito grosero). Por suerte, superada la mitad de la actuación los técnicos dieron con la tecla acertada, nuestros oídos lo agradecieron.
Arias aseguró que el espectáculo iba ser flamenco y no nos engañó, pero apártense los ortodoxos. El flamenco debe respirar, no a cualquier precio evidentemente. Romper cánones con inteligencia y honestidad está al alcance de pocos, los Lagartija Nick siempre han sabido hacerlo. Es posible que los acérrimos seguidores de Antonio Mairena no acepten la idea de tocar una sevillana a base de guitarrazos eléctricos, pero les puedo asegurar que Soy de otra Andalucía se puede bailar perfectamente si uno abre la imaginación.
Todavía con la sonoridad en vías de solución, encararon una tremenda lectura de Respiro en Nueva York, la espectacular Niña ahogada en un pozo de Omega, El teatro bajo la arena o En un sueño viniste (canción basada en versos del poeta altomedieval Al-Mutamid). Justo después llegaría lo mejor.
Apoyada en unas grabaciones de viejos cantaores granadinos, bordaron la portentosa La leyenda de los hermanos Quero, sentido homenaje a estos maquis urbanos de Granada, iconos de la lucha antifranquista. Prosiguieron con El loco, Vuelta de paseo (punk-flamenco de pura cepa), la aguerrida Soleá de la ciencia, volvieron a Omega con Ciudad sin sueño, cerrando la noche con Celeste, otra colaboración con Enrique Morente de 1998. Final demoledor.
Quizá no fuera su mejor concierto, por los problemas aludidos, pero un poco de los Lagartija es una inmensidad comparada con lo que nos quiere vender una multinacional (cuyo nombre no mencionaremos) a modo de flamenco evolucionado. Humo, nada más que humo.
Nos quedamos sin Buñuel. Esperamos que pronto regresen para cantarnos los poemas de aquel inmenso creador que sentenciaba: “Soy ateo por la gracia de Dios”.
Autores de este artículo
Barracuda
Òscar García
Hablo con imágenes y textos. Sigo sorprendiéndome ante propuestas musicales novedosas y aplaudo a quien tiene la valentía de llevarlas a cabo. La música es mucho más que un recurso para tapar el silencio.