Hay contadas ocasiones en las que puedes ser testigo del crecimiento de una estrella, cuando todavía está en formación. Ese fue el caso del concierto de Marina Sena en La [2] de Apolo. Con un nivel musical y artístico digno de grandes estadios, pero todavía trabajándose la fama para conseguirlo. Imagínate poder ver a Beyoncé o, quizás con una propuesta estética más similar, a FKA twigs, en una sala de tamaño humano. Algo así fue el concierto del martes.
Integrante del grupo Rosa Neon, que se hizo viral en su Brasil natal con el single Ombrim, aunque eso no mejoró su economía (en una entrevista a Elle Brasil, afirmó que “A coisa que mais me deixava triste no Rosa Neon era ter mais de 1 milhão de views e eu não ter um real no bolso”), Marina Sena ha aprendido que la fama no da dinero, pero el dinero sí que da la fama. Por eso, para su segundo disco, Vício Inerente, ha firmado con Sony Music y ha empezado a trabajarse su presencia en salas de tamaño medio para prepararse ante el éxito que muy probablemente va a tener en breve.
Y la afirmación no es gratuita, porque Marina Sena lo tiene todo para ser la próxima diva global. Tiene canciones, como Dano Sarrada, Olho no Gato y Por supuesto. Tiene presencia y dominio del escenario. Tiene un show lleno de ritmo, con bailarinas y músicos que energizan sus canciones en directo. A diferencia de la propuesta de Rosalía y sus bases pregrabadas, la presencia de músicos consigue hacer que la música vibre con la emoción del directo, con especial mención al batería, con una majestuosa pegada, como no puede ser de otra manera en un país como Brasil, en el que el ritmo se lleva en la sangre.
En su gira transoceánica, que comenzó en Portugal y que se ha desplazado por la península para recalar en esta ocasión en Barcelona y no en Madrid, Marina Sena ha demostrado que está justo al borde de saltar de la comunidad brasileña, que era mayoría en La [2], a las audiencias globales.
Su propuesta musical, con melodías y ritmos originarios de la cultura de su país, suma a la samba influencias del pop, del dancehall y del reggae para ofrecer canciones tremendamente bailables, pero que no olvidan la melodía. En tiempos de música prefabricada, en las que se aplican fórmulas utilizadas una y mil veces en el pop, canciones como Pelejei y Cabelo denotan de forma evidente su origen, la verdad de su creación como parte de la cultura en la que nacieron, y ese grado de verdad ofrece un plus de credibilidad, una frescura que a menudo falta en las grandes superproducciones.
La actuación también demostró que Marina Sena se merece las mieles del éxito. La Sena y sus dos bailarinas se hicieron dueñas del escenario desplegando armas de seducción masiva, bailes sugerentes, control absoluto del tempo del espectáculo, sin olvidar la dimensión musical de la propuesta.
Por eso, la actuación supo a poco. Aunque, si nos lo paramos a pensar, fue una oportunidad que raramente volveremos a tener. La Sena se acercó a su audiencia, cogiendo la mano a sus fans, retratándose con ellos y dedicándoles la mejor de las sonrisas. Cuando sea una artista global, nos tocará verla desde la distancia.
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