Iluminada por una estructura lumínica (de colores cambiantes), que imitaba la carpa de un circo, surgió la voz de Salvador Sobral entonando A capela. Ya con la banda al completo, sonó Porque canto (siempre Veloso de referente), una especie de declaración de intenciones y que conforma la dupla inaugural de Timbre (Warner Music Spain, 2023), su último y enriquecedor trabajo.
Para exhibir este Timbre (el color de su voz es lo que más le distingue), se custodió de un finísimo grupo de instrumentistas compuesto por: André Santos (guitarra y braguinha), André Rosinha (contrabajo), Joel Silva (batería), Lucía Fumero (piano y voz), Magalí Sare (flauta y voz) y Eva Fernández (saxo y voz). La inclusión del trio de emergentes intérpretes catalanas, no es ninguna casualidad. Sobral (estudió en el Taller de Musics de Barcelona) tiene un respeto enorme por el trabajo hecho en Catalunya (sobre todo en el campo del jazz) e incluso lo pone por delante del elaborado en Portugal, en este punto podríamos discrepar. Lo que no deja lugar a dudas, es su cariño por esta tierra y los lazos que le unen a ella; aunque vive en París, sigue siendo una plaza de recogimiento constante, su excelente dicción del catalán (mallorquín), así lo demuestra.
Enterrando Eurovisión
A pesar de que sigue cantando Amar pelo dois (pobre de él que no lo haga), el lisboeta ya no necesita encomendarse a ella para triunfar. Han pasado siete años desde aquella triunfal irrupción y su trayectoria se ha consolidado de manera espectacular, ya puede hacer lo que le venga en gana, que, en la mayoría de casos, siempre es bueno. Como nos explicó en un interludio, mientras contemplaba, asombrado, la espléndida entrada que presentó El Gran Teatre del Liceu (“se han equivocado, creían que cantaba Rodrigo Cuevas”). Pasada la borrachera eurovisiva, tuvo un lógico bajón, recuperado gracias a su tenacidad y talento, 1600 almas ovacionándole son el mejor botón de muestra. Lo del sueño cumplido esta vez era sincero.
En casi dos horas y media de espectáculo (sin fisuras) sucedieron muchas cosas, intentaremos sintetizar.
Creatividad e invitados
Antes de encarar el amplio repaso a su flamante disco (acostumbra a olvidar lo anteriormente grabado), con el que prosiguió la actuación, atacó O primeiro gomo da tangerina, canción compuesta por el multifacético portugués Sérgio Godinho y que le sirvió para darse el primer garbeo por la platea (quedarse quieto no es lo suyo) y enseñarnos como se puede pasar de arreglos elegantes al hardcore sin inmutarse, un estilo que le pone mucho. Finiquitado el primer desafío rítmico, entonó Al llegar (Eva Fernández sustituyó a Jorge Drexler, voz presente en el álbum), Traição agradecida, y el clásico del brasileño Gerardo Azevedo, Canta coraçao, introducido, de manera majestuosa, por el contrabajo de Rosinha, (Marco Mezquida fue el impulsor de incluirla en su habitual repertorio), convirtió el Liceu en un bosque lleno de pajarillos (“canta, canta passarinho, canta canta miudinho na palma da mina mão”).
A Sobral le gusta rodearse de amigos, y que mejor ocasión para hacerlo. La primera en aparecer fue Silvia Pérez Cruz (la reina del Tibidabo, así la denomina). Junto a ella bordó uno de los momentos más conmovedores de la velada. Se saludaron con abrazos interminables y cantaron, con mucho sentimiento, Em moro y De la mano de tu voz (tema dedicado a Silvia y que grabó con Silvana Estrada). La química fue perfecta y los aplausos atronadores, el venezolano Leo Aldrey (colaborador de composiciones en los últimos doce años) les secundó con el “cuatro” típico de su tierra. Era difícil superar el emotivo instante, pero sucedió, el trasplante de corazón, sufrido justo después de la explosión festivalera, tuvo la culpa.
Después de darle muchas vueltas, finalmente decidió escribir una canción (mano a mano con Aldrey) dedicada a la persona cuyo corazón le salvó la vida, la titularon El regalo que me hiciste, no pudo componerla en portugués por temor a llorar. Dándose otro paseo por el teatro, hizo cantar, a los presentes, estos hermosos versos: “Pulsas para recordar el valor de poder volver a empezar. Te llevo conmigo sin nunca haberte conocido y compartimos memorias que nunca hemos conocido”. Ya hemos comentado que el recital fue generoso. Todavía nos quedan cosillas que contar.
A la conmoción (contó que había ido a saludar a niños trasplantados en el Hospital Sant Joan de Déu) le siguió Abutres de premonição, la preciosa Só um beijo de Luisa Sobral (a dúo con Fumero), una pequeña suite al piano que incluyó Amar pelo dois y el Love is a losing game de Amy Winehouse para terminar con Sempre vens assim, composición de Magalí Sare sobre versos de Pessoa, maravillosa combinación. Un tramo creativo, absorbente y excelso.
Para las propinas, invitó a los guitarristas Sebas Gris y Darío Barroso (Se quando tu vieres) y al barcelonés Pol Batlle, poseedor de un hilo de voz casi tan fino como el del protagonista. En comandita, interpretaron La manzana (Gabriel Hernández) y Vida (Lluís Llach), la primera opción había sido Abril 74 (homenaje a la Revolución portuguesa de Los Claveles, pero fue desestimada por el hijo de Batlle: “es demasiado triste”. Quizá tenía razón. La novedosa y vibrante Pedra quente (Sobral rapeando) sirvió de despedida con todos los participantes en escena. Y, como no podía ser de otro modo, desaparecieron por el pasillo del centro del patio de butacas. Ovación, palmas y éxtasis máximo. Nos contaron que siguieron gozando en el vestíbulo del coliseo. Quizá todavía están bailando.
Poco podemos decir más. Salvador Sobral se ha convertido en una estrella porqué es muy bueno. Un lúcido personaje que reta a los que triunfan gracias al invento del empresario norteamericano Harvey Hubbell: el enchufe.
En otro alarde de modestia, Sobral tildó (en una entrevista) de surrealista el hecho de que Jorge Drexler colaborara con él en Timbre. La tortilla está a punto de dar la vuelta.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.